La imagen del ascensor del Congreso de los Diputados con Pablo Iglesias y Santiago Abascal dentro de la caja eléctrica, apelotonados con sus respectivos equipos, es una estupenda metáfora de la política y del poder. De los que suben y de los que bajan. De los que quisieron asaltar los cielos y de los que quieren bajar a los infiernos.

A todos nos gustaría tener un ascensor en nuestra vida. Subir sin agotarnos con los escalones, sin tropezarnos con la prisas por llegar y evitando el peligro de caernos al bajar y darnos un soberano trompazo. Normalmente en la vida profesional de los políticos siempre hay a mano un ascensor que les sube directos a donde quieren llegar: un cargo para cuatro años, un sueldo digno, una poltrona, posibilidad de garantizarse unos ahorrillos y visibilidad mediática. También mucha responsabilidad y reuniones agotadoras; pero vamos, que tampoco es para agobiarse.

Más se agobian los jóvenes profesionales que van todo el rato de bajada o bien se quedan varios años estancados, parados, bloqueados entre sus aspiraciones y la planta cero de la que resulta difícil salir. Esa frustración de encontrarse bloqueado sin ver futuro y aceptando unos sueldos de mierda es lo que realmente debería ocupar buena parte de los programas electorales de los partidos en liza este 26-M. Y cuando digo jóvenes no abarco solo a los de 18 a 25 años, sino a toda una generación que empieza a rozar los cuarenta (los mejores preparados) y todavía no ha alcanzado sus sueños por culpa de la maldita reforma laboral y la inestabilidad programada. Algo que parece ya tan intocable como la sagrada constitución.

Estos sí son los ascensores con un solo botón de bajada. Un auténtico peligro social que se está instalando en la clase media española, y que junto a la burbuja de alquiler, los hijos que no se pueden tener, y la desigualdad entre ricos y empobrecidos, hacen que un país se vaya al garete si la goma elástica de la política sin talento se alarga. Hasta romperse.

Luego están esos ascensores para los que van de subida. Aquí se sube esa clase política con prisas, que presionan el último botón saltándose plantas inter-medias para llegar antes. Son los que suelen hacer trampas con licenciaturas de última hora en la Juan Carlos (es más fácil ahí). O se adornan con títulos inexistentes que demuestran su inseguridad personal y profesional. O mienten cada vez que abren la boca. ¡En fin!

Y como publico este artículo en jornada de reflexión, recomendaría a nuestros candidatos a las Europeas, a la alcaldía de Zaragoza y a la presidencia del Gobierno de Aragón que se junten en un ascensor, se quedan colgados un buen rato y conviertan la temible claustrofobia en un saludable ejercicio de política al límite, mientras preparan -en secreto y con sensatez- los futuros pactos que convienen a la gente corriente de esta tierra y de Europa, para que seamos más felices y estemos más contentos con aquellos a los que mañana votamos. ¡Suerte y a votar! A pesar de todo.

*Periodista y escritora