Vaya por delante que Natxo González es un entrenador estupendo. Sin duda, el de mayor nivel que ha pasado por La Romareda en los últimos años. No estaba el listón elevado, cierto, pero el preparador vasco ha aportado mucho a un Zaragoza, al fin, con sello propio. Pero se impone señalar al técnico cuando se buscan explicaciones y responsables de que el equipo aragonés haya ganado únicamente uno de los seis encuentros disputados en casa, donde ha de cimentarse cualquier esperanza en un futuro mejor.

Opta Natxo por graduar la presión arriba como local. Apenas en los primeros compases de cada período o cuando hay pase al meta rival. Si la cosa no funciona, como ayer, estira líneas y adelanta presión, sí, pero es más por una cuestión de prisa que por un plan establecido. Y el Zaragoza sufre abocado a la basculación. Y más cuando derrocha espesura en el ataque estático, basado en la búsqueda rápida a Febas o Buff. Ninguno de ellos atraviesa, ni de lejos, su mejor momento. La fórmula a aplicar por el rival es sencilla: defensa de cinco, líneas juntas, marcaje encima a esos jugadores referencia en el apartado ofensivo y solidaridad. Así lo hicieron Alcorcón, Nastic o Cultural. Ante el primero se apeló a un mal día y Figueroa Vázquez acaparó la culpa del empate frente a los catalanes.

Para justificar la pifia frente a los leoneses podemos acudir al cierzo, al lamentable estado del césped de La Romareda (a años luz de aquella alfombra de antaño) o al sexo de los ángeles, pero !a única realidad es que el Zaragoza no encuentra vías de escape ante adversarios que vienen con la lección aprendida.

Decía Natxo al término del partido que el equipo debía haber jugado más abierto. La duda ofende. Cierto es que el Zaragoza está confeccionado a través de interiores y laterales profundos pero también lo es que ensanchar el campo se antoja obligado ante la acumulación de oponentes en escasos metros. Y el Zaragoza, que no puede permitirse el lujo de regalar primeras partes a base de basculaciones, volvió a quedarse corto de tiempo.

Así que es hora de que Natxo espabile y cambie de una vez la forma de jugar en casa. El zaragocismo cree en un técnico que le ha dado motivos para volver a soñar pero debe rectificar. Si no lo hace, corre el serio riesgo de que La Romareda se lo exija. Porque no soporta la imposición, la obstinación y la insistencia en el error, defectos que ya ha sufrido bastante.