Prestigiosos medios informativos de uno y otro lado del Atlántico aconsejan en editoriales y artículos de fondo un tratamiento más sutil del problema planteado por el soberanismo catalán. Desde el New York Times al Spiegel germano pasando por el Times británico, todos contemplan con inquietud la forma en que el Gobierno español intenta conjurar el desafío secesionista: criminalizándolo y contribuyendo con sus órdenes de detención a extenderlo por toda Europa. La impresión general entre mis colegas extranjeros es que Rajoy, Rivera e incluso Sánchez están refugiándose tras el juez Llarena, cuya visión de los sucesos ocurridos en torno al 1-O no tiene buen encaje que digamos en el derecho comparado. La conclusión es simple: lo que ha sucedido en Cataluña, una vez conjurada la por otro lado fantasmal DUI, necesita un replanteamiento político que permita estabilizar la situación e integrar de alguna forma a los dos millones de votantes independentistas. Por supuesto, sin dejar de sostener los derechos de los otros dos millones y pico de catalanes que no están por irse.

No se trata (y ahora soy yo el que opina) de dejar pasar sin más lo ocurrido en septiembre y octubre, pero vestirlo de delito de rebelión y castigarlo con 25 años de cárcel es tan bárbaro como imposible. Equivale a echar más leña al fuego. Lo mismo que intentar demostrar que el maldito procés estuvo trufado de una violencia, lo cual no es cierto... Así no saldremos del laberinto.

En aquel 1-O los soberanistas se tiraron a una piscina sin agua y el Gobierno central cometió un monumental error táctico al lanzar a la Policía Nacional contra un referendo que en cualquier caso carecía de validez. Ahora, con el 21-D convertido en un acto fallido (pero... ¿no iban las urnas a zanjar la cuestión?), PP y Cs compiten para ver quién es más duro. Así, el Estado vuelve a perder la razón, en el resto de Europa empiezan a mirarnos de reojo (ya veremos cómo manejan el asunto en Alemania) y la marca España se deprecia aún más. Y eso que los separatistas son también unos inútiles.