En los antiguos e incómodos trenes de no hace tanto, donde el aire acondicionado se confiaba a la corriente provocada por la marcha y las ventanillas abiertas, solían proliferar unos letreros que advertían: "es peligroso asomarse al exterior". Y lo era, porque las cañas, la vegetación, o simplemente la carbonilla te podían dañar los ojos y otras partes de la cara. De hecho, el exterior siempre es un concepto atávico peligroso, porque lo seguro es la guarida.

Si el exterior siempre resulta complicado, la política exterior es doblemente complicada. Ha habido buenos ministros de Asuntos Exteriores. José María de Areilza fue un gran ministro en la dictadura franquista; José Pedro Pérez Llorca, en la transición; Francisco Fernández Ordóñez con el PSOE.

Los ha habido también regulares y francamente desacertados, a pesar de que el jefe de la diplomacia se limita a cumplir las órdenes del primer ministro. Lo que sucede es que entre el primer ministro y el ministro de Asuntos Exteriores suele haber una estrecha comunicación que puede llegar a formar un dúo. Es lo que sucedió con Pérez Llorca y Suárez; o con Fernández Ordóñez y González.

Moratinos parece pertenecer al grupo de los influyentes, de los que no se limitan a cumplir órdenes, sino que coprotagonizan el diseño de nuestra política exterior, un diseño que al observador atento le tiene despistado.

Eso de que no estemos de acuerdo con la intervención de la OTAN, pero que si se produce una resolución no la combatiremos, está muy bien para no llevarse mal con nadie, pero es como estar matriculados de oyentes en el mundo: por la mañana judíos y tomar té por la tarde con los palestinos. O que nos parezcan bien unas maniobras militares de Marruecos y EEUU, en una zona tan sensible como Canarias. Cuando se meten en nuestra guarida hay que asomarse al exterior. Y decir algo.

*Escritor y periodista