Si se analiza la historia de los atentados terroristas llevados a cabo por grupos extremistas islámicos durante los últimos 20 años en Europa o en EEUU, fácilmente se comprueba que en nuestro país hay una serie de dirigentes políticos que se valen de su influencia en ciertos medios de comunicación social para difundir que la causa fundamental de esos crímenes indiscriminados es la política militarista estadounidense y europea en los países árabes. El proceso siempre es el mismo: determinados dirigentes políticos lanzan esa simplista e interesada interpretación, e inmediatamente después los militantes situados en los niveles más bajos de la pirámide jerárquica se ponen a trabajar de forma febril en las redes sociales para convertir en virales esas sesgadas interpretaciones de sus jefes.

Es cierto que en la actuación militar de los países occidentales en el medio oriente musulmán se han cometido errores garrafales. Pero de reconocer esos hechos a afirmar que son la causa de los ataques criminales que esos grupos islamistas llevan a cabo contra la población indefensa de los países con una cultura engarzada en el cristianismo hay un abismo. Del análisis de los mensajes lanzados por esos políticos se infiere con relativa facilidad que lo que están queriendo introducir en el subconsciente colectivo de la sociedad es que si nos atacan es porque nos lo merecemos. Lo más lamentable de esa interpretación maniquea, en lo que se refiere a la carga de la responsabilidad de los atentados terroristas, es que las víctimas pertenecen a todas las ideologías y a todas las edades.

No creo que la explicación de una interpretación tan simplista como esa se deba, como afirma Federico Jiménez Losantos, a que los autores de la misma son analfabetos funcionales. No es necesario tener demasiada cultura para entender lo que los intelectuales más expertos en el terrorismo islámico han demostrado por activa y por pasiva: que el único objetivo de los autores intelectuales y de los jóvenes musulmanes que cometen esas monstruosas acciones criminales es tratar de cargarse los valores de la cultura occidental, enraizada en el cristianismo, para, en su lugar, imponernos la sharía como ley universal, independientemente de nuestras políticas militares. El profesor Gaspar Mairal, en un documentado artículo publicado recientemente, demuestra que esa tendencia asesina de un sector del islamismo se remonta al siglo XI. Mi interpretación personal es que esos políticos hacen correr esas interpretaciones sectarias porque están convencidos de que así ganan ingenuos adeptos para su causa.

Cada vez que ocurre uno de esos atentados terroristas y a continuación leo esa simplista letanía inculpatoria, divulgada siempre por los mismos políticos, infiero que en el fondo, a pesar de declararse ateos, tienen muy interiorizado el mito del pecado original. Como es bien conocido, dicho mito nos hace responsables a toda la humanidad del grave pecado cometido por Adán y Eva cuando desobedecieron a su Dios comiéndose la única fruta que les había prohibido (la famosa manzana). Ante una carga tan onerosa como esa caben dos opciones: rebelarse contra ese dios, como hicieron y hacen las personas ateas; o bien aceptar estoicamente esa triste herencia de nuestros antepasados, que es lo que hacen los católicos. Hasta tal extremo ha llegado la aceptación de la carga de la responsabilidad moral de nuestros antepasados por parte de esos políticos que defienden que somos responsables de los atentados terroristas islámicos a causa de nuestras políticas militaristas, que han convertido en una costumbre comenzar una conferencia, impartida en algún país latinoamericano, pidiendo perdón por las culpas cometidas por los conquistadores españoles.

Una diferencia entre los creyentes católicos del mito del pecado original y los creyentes que pertenecen a esa nueva izquierda, es que los primeros aceptan que la responsabilidad recae sobre todos los seres humanos, mientras que los segundos se sienten libres de culpa y cargan la responsabilidad solo en los «políticos de la casta». Otra diferencia muy significativa es esta: en la tradición católica, el redentor de aquella primera culpa fue un Dios hecho hombre (Cristo), mientras que en la ideología de los militantes de esta nueva izquierda, los únicos redentores posibles son sus líderes. Por eso, sus mensajes tienen como objetivo interiorizar en el subconsciente colectivo de sus bases la idea acrítica e irracional del culto a la personalidad del líder, entendido como un valor supremo.

Cuando se tiene la conciencia limpia, lo verdaderamente ético después de un atentado terrorista no es darse golpes de pecho intentando de ese modo purgar nuestras culpas, y mucho menos tratar de escurrir el bulto cargando la responsabilidad en las políticas puestas en práctica por «los partidos de la casta». Cuando todavía hay inocentes víctimas en los hospitales, debatiéndose entre la vida y la muerte, lo más honesto es que los políticos debatan todo lo que haya que debatir para diagnosticar qué es lo que ha fallado y para imponer después los remedios oportunos tratando de evitar que se produzca otra masacre, en lugar de utilizar las redes sociales para impartir sentencias de culpabilidad en la dirección que le es más útil a sus intereses y más perjudicial para los de sus oponentes.

*Catedrático jubilado de la Universidad de Zaragoza