Muy a pesar de sus dirigentes, la profunda división que aqueja al PP-Aragón acaba de visualizarse ante la opinión pública en la pugna electoral de compromisarios provinciales, una suerte de primarias en las que Gustavo Alcalde derrotó apuradamente, por un puñado de votos, a José Atarés. Este había anunciado que, en caso de ganar esa elección interna, presentaría su candidatura al congreso regional, que deberá celebrarse el próximo 20 de noviembre. Lo que no dijo Atarés es qué haría en caso de perder.

Tampoco Alcalde quiso adelantar qué actitud, qué escarmiento o pacto iba a destinar a los amotinados. Si, una vez materializado su desafío, y mordido el polvo en la fraticida lucha, se proponía amnistiarlos, sacrificar un cordero en honor de los hijos pródigos o, por el contrario, condenar a los heterodoxos a la larga soledad del corredor de la muerte política , donde las almas en pena esperan en vano la extremaunción de las listas. ¿Qué hará?

No faltan estos días quienes, al calor de la victoria, animan al compañero Gustavo a que ejemplarice el castigo, y siegue de un golpe las aspiraciones e intrigas de Atarés. Quienes así aconsejan al presidente regional razonan que el tiempo corre a favor de la purga, y que si el PP pretende llegar al 2007 en condiciones de enfrentarse con Marcelino Iglesias debe en primer lugar, ahora, hoy, ya, proceder a su depuración interna. Un acuerdo con Atarés, según los halcones, cerraría en falso la crisis y acabaría fermentando una próxima sublevación. Privar al molesto ex alcalde zaragozano de una nueva candidatura y de la presidencia provincial del partido lo situaría en una posición de debilidad frente a los suyos, acelerando su caída. El ejemplo más reciente de esta estrategia de laminación lo representaría el converso José Ignacio Senao, quien hubo de renunciar a su familia política a trueque de seguir en activo. Frente a esta postura de fuerza, frente a la tentación de incorporar la cabeza de Atarés a las sarracenas víctimas del escudo de Génova, otras más tiernas voces insinúan a Alcalde que, en lugar de excomulgar, condenando al bueno de Pepe al infierno de los desheredados del partido, confiese al apóstata y procure atraerlo al seno de Rajoy. En tal caso, Atarés podría asegurar a los suyos, y garantizarse para sí, una cierta continuidad, algunos puestos y bicocas, y tal vez, con el tiempo, normalizar sus crispadas relaciones con el sector oficial.

En otra hipótesis, y viajando ahora al campamento, o caravana, de los perdedores, el candidato alternativo, cuyas recientes heridas sangran aún ríos de hiel, podría mantener enarbolado el pabellón, alerta su ejército, y proseguir sus enfrentamientos con el aparato en diversos foros. Estratégicamente, al menos, Atarés no habrá dejado de considerar la posibilidad de presentar su candidatura al Congreso regional, donde podría hacerse con un porcentaje de votos sobre el que establecer, con más argumentos, el canon de los futuros pactos.

En cualquier caso, y tras toda una vida de servicio, Atarés se ha convertido en un serio problema.

*Escritor y periodista