Cuando los Juegos Olímpicos de Atenas entran en su última semana, puede afirmarse ya que los organizadores griegos han estado a la altura de las circunstancias. Aspectos conflictivos como la seguridad, la calidad de las instalaciones o las retransmisiones televisivas han sido abordados con eficacia desde el primer día. Y a ello hay que añadir un encomiable esfuerzo del COI por perseguir y castigar los casos de dopaje, sin discriminaciones de países o de especialidades deportivas.

El papel hecho hasta ahora por la delegación española está dentro de lo que cabía esperar. El exagerado optimismo vendido en las horas previas a las competiciones por algunos medios --ya tradicional en la prensa española cuando entran en juego las selecciones-- no debe restar mérito a algunos atletas que no han alcanzado las medallas. Por otra parte, España, dado el comportamiento de algunos de sus equipos, aún aspira a mejorar claramente el papel de hace cuatro años en la Olimpiada de Sydney. Sería, sin embargo, injusto medir el nivel del deporte español atendiendo sólo al medallero olímpico, porque no todos los metales tienen el mismo valor. Por eso es también impropio el triunfalismo de estos últimos días.