De hecho, hace un par de ellos me atreví a publicar un librito con voluntad divulgativa sobre esta materia, que ya desde el título mostraba su intención: ¿Un Estado de Bienestar para el Siglo XXI? Pues bien, siguiendo esa costumbre me he topado hace poco con un texto de la investigadora y presidenta de Barcelona Activa, <b>Sara Berbel Sánchez,</b> sobre la relación entre la renta básica universal y lo que solemos denominar «otros trabajos». Que, para entendernos mejor, son esos trabajos necesarios para vivir con dignidad pero carecen de remuneración y que, de una forma abrumadoramente mayoritaria, son desempeñados por mujeres.

En pleno auge de las reivindicaciones igualitarias del feminismo (y, paralelamente, en medio de la contraofensiva patriarcalista de la caverna política), es bueno prestar atención a reflexiones tan bien argumentadas -a mi juicio, naturalmente- como las de Sara Berbel, que sugieren ideas constructivas para alcanzar el objetivo de una auténtica igualdad de género. Un objetivo que, a pesar de la sencillez de su enunciado, se nos revela como algo difícil y complejo.

No por ser bien conocidos, los datos que aporta Berbel son menos apabullantes cuando se colocan uno tras otro. El desempleo de larga duración en España es superior entre las mujeres en todos los tramos de edad; la brecha salarial alcanza el 25% y lo supera en ciertas categorías profesionales; el 64% de los perceptores de la Renta Mínima de Inserción son mujeres, y una de cada cuatro tiene a su cargo una familia monoparental. O, dicho de otra forma, dos de cada tres personas que padecen pobreza pertenece a la mitad femenina de la población.

Injusticia social

Además de otros argumentos que excederían las dimensiones de este artículo, Sara Berbel apunta algo que a todos debería hacernos pensar. Habla de un tipo de injusticia social que afecta a las mujeres y que es mucho más sutil que los meros datos económicos. Habla de «un déficit en el reconocimiento social y cultural que se traduce en la falta de prestigio y valoración de las mujeres y, por extensión, de lo femenino». Y señala que, inversamente a lo que sucedía con el famoso <b>Rey Midas</b>, lo que «tocan» las mujeres se devalúa socialmente. Baste pensar en la poca valoración de las tareas femeninas no remuneradas o en el hecho comprobado de que, cuando las mujeres se incorporan en gran cantidad a profesiones tradicionalmente masculinas (como la Medicina o la Judicatura), estas carreras pierden valor.

En efecto, las mujeres se desenvuelven en un mercado de trabajo marcado por dos segregaciones: una horizontal y otra vertical. La horizontal consiste en que su participación es muy superior a la de los hombres en ocupaciones de bajo prestigio que, lógicamente, tienen mayores índices de precariedad y bajos salarios, como el comercio y la hostelería, mientras que los hombres predominan en sectores más prestigiosos (y mejor remunerados) como la innovación tecnológica o las finanzas.

La segregación vertical, más conocida como «el techo de cristal» es la que impide que las mujeres tengan acceso a puestos donde

se toman decisiones en las empresas. Y ello con independencia de su formación y su talento. Una frase atribuida a <b>Anne Richards</b>, gobernadora de Texas, ilustra a las mil maravillas la metáfora del techo invisible: «<b>Ginger Rogers</b> hacía lo mismo que <b>Fred Astaire</b> solo que marcha atrás y con tacones, pero cobraba la mitad que él».

Una renta básica, no acabaría por sí sola con la segregación horizontal y con la vertical pero, en la medida en que favorece por igual la libertad de elección de hombres y mujeres (no acuciados ni acuciadas por la necesidad económica más inmediata), contribuiría a colocar a ambos en una situación de mayor igualdad ante las diferentes ocupaciones que se les ofrecen. La renta básica universal también permitiría evitar la indefensión de las mujeres que se ven obligadas a entrar y salir del mercado laboral en ciertos momentos de su vida, bien sea después de la maternidad o para dedicarse al cuidado de familiares dependientes que, como es bien sabido, es una tarea que ellas desempeñan casi de forma exclusiva. En definitiva, que las políticas de empleo, diseñadas ahora sobre el supuesto de un hombre que se dedica solo a su trabajo y deja las labores domésticas en manos de la mujer, tendrían que adaptarse a una nueva sociedad con actores diferentes.

Violencia de género

También sería útil la renta básica (no me parece una cuestión menor) para combatir la lacra de la violencia de género. La razón es simple: otorgaría autonomía económica a mujeres que sufren acoso o violencia, bien en el ámbito doméstico o en el laboral, y se sienten incapaces de enfrentarse a ello precisamente por su dependencia económica. «Una Renta Básica avanza en la consideración de las mujeres como sujetos libres y responsables de sí mismas, justo la condición necesaria para eliminar la violencia de género».

Es evidente que la renta básica no puede ser la panacea que resuelva con su sola aplicación los muchos y fuertes agravios que han sufrido y sufren las mujeres históricamente. Casi me parece una obviedad decir que lo que hay que cambiar es la mentalidad de muchos hombres criados, educados y beneficiados por una cultura patriarcal que sitúa al varón (y nada digamos si, además es heterosexual) en las mejores condiciones y deja a un lado al resto. Cambiar la mentalidad… Podemos, y debemos, avanzar por ese camino. Pero será muy largo, y muchas de las reivindicaciones que presenta este reavivado movimiento feminista exigen respuesta ya. Aplicar la renta básica, incluso a título experimental para obtener conclusiones definitivas, solo requiere voluntad política y algunas implementaciones técnicas, ya muy estudiadas. ¿Por qué no?

Son días de huelgas, manifestaciones y movilizaciones. Días en los que la voz de las mujeres debe oírse con fuerza en la calle, en los centros de trabajo y en los hogares, pero no estará de más que se abra un debate más sosegado sobre esta cuestión. Acabo con la misma frase con la que acaba Sara Berbel: lo contrario de la valentía no es la cobardía, sino la conformidad.

Desde hace algunos años vengo interesándome por los trabajos que se publican, en España y fuera de ella, acerca de la posibilidad (o la conveniencia, o la necesidad) de implantar una renta básica universal como la mejor manera de hacer frente a los retos de presente y de futuro que tiene planteados el Estado de Bienestar en los países occidentales