Estamos aturdidos; unos, más que otros. Signo de los tiempos, el aturdido acostumbra a ser un individuo pasmado, incapaz de dar salida a lo suyo por culpa muchas veces de los otros pero casi siempre de sí mismo. Supongamos que alguien incurso en tal calificación rige un lugar donde vende periódicos. Lo pertinente, si de eso se trata, es tener ordenada la mercancía para que el comprador pueda optar por una u otra cabecera (además de las que se esconden o no tienen cumplida presencia), sin tener que regatear espacio. Porque el comprador, ante el marasmo que se abre a su atónita mirada, a saber: tabaco en venta (aunque un cartel advierta sobre la prohibición de fumar en el lugar) pipas, cuchufletas, patatas fritas, cromos y otros productos más propios de bazar multifunción que de aquello permitido por la licencia correspondiente, terminará por sentirse solidariamente aturdido. Aunque el calificativo compartido, en versión pasmado o estupefacto, en este caso la responsabilidad compete a quien vive cara al público. ¿Es tan difícil saber entender que cada uno en lo suyo se debe al otro? A menos que nos guste aparecer como eternamente pasmados.

*Profesor de Universidad