Aún aprendo —dijo (y dibujó) Goya, representando a un anciano, quizá él mismo, que viaja desde la oscuridad hacia la luz; obra que supone toda una declaración de principios: la actitud valiente ante la vida de quienes no se someten a los dictados de una sociedad que intenta relegarles al más oscuro ostracismo. Y «Aún emprendo» es la firme declaración enarbolada por los protagonistas de una película, Abuelos, que tampoco se resignan a aceptar el papel marginal al que parecen condenados por un mercado de trabajo donde los parados a partir de cierta edad son automáticamente excluidos. Estos insólitos emprendedores demuestran en la ficción, ópera prima del director Santiago Requejo, que los mayores sirven para algo más que para cuidar de sus nietos, noble y maravillosa tarea en absoluto incompatible con todas las aportaciones que todavía pueden y desean hacer las personas de edad avanzada en un cosmos donde, presuntamente, solo tienen sitio los jóvenes.

Calificaciones como viejo, incapacitado o disminuido, en lo que implican de peyorativo, constituyen lacras que deberíamos extirpar, tanto más cuando tienden a ser simplificaciones sin otro motivo que la edad o cualquier reducción de alguna facultad sensorial o motora, lo que jamás debería conducir a una declaración de insuficiencia generalizada. Así, se obliga a muchas personas a demostrar en las más adversas condiciones su aptitud y eficacia para resolver asuntos que, por culpa del apelativo, ni siquiera se les permite abordar. La discriminación basada en juicios apresurados es un virus contagioso muy difícil de erradicar. ¡Bienvenidos los emprendedores dispuestos a romper moldes y barreras! De ellos será un nuevo mundo con espacio y disposición para incluir a todos los desahuciados sin fundamento. H *Escritora