Dicen que durante la Transición, cuando le comunicaron alarmados al banquero Botín que iban a legalizar el Partido Comunista, contestó sin inmutare: «No pasa nada, que yo sepa esa gente va a necesitar un préstamo». La banca es ese bicho enorme que necesitamos y a la vez nos esquilma. Nos ha estafado con las preferentes y las hipotecas, y encima le hemos pagado su rescate bancario. Pero todos seguimos trabajando con ella, no hay alternativa. Ahora está viviendo una frenética transformación hacia el mundo on line. En el 2008 había 46.000 sucursales; hoy en día, la mitad, y van a seguir disminuyendo. ¿Quién quiere perder el tiempo y hacer cola si puede operar desde casa?

Para compensar la desafección del ciudadano y reconciliarse con los escaldados clientes, las entidades bancarias, como estrategia seductora, están renovando el diseño interior de sus centros -ya no usan la palabra sucursal ni oficina-. El cliente entra en lo que parece un salón doméstico, un bar o un chill out; allí le reciben y lo acomodan alrededor de confortables mesas o sofás. Les ofrecen agua o café, e incluso disponen de la prensa del día. Les atienden en coquetos despachos informales con un trato afable, están como en casa. Por supuesto han desaparecido todas las barreras físicas. Ya no hay un mostrador de granito, ni las cabinas de vidrio blindado del cajero. Todo es moderno sin pasarse, ni minimal ni recargado, con una iluminación donde cálidas pantallas han desbancado los fríos focos y fluorescentes. Ya no quieren imponernos respeto como antaño, pasando por un arco de seguridad con doble puerta, sino camelarnos. Y siempre se salen con la suya: nosotros pagamos estos cambios y encima ellos se ahorran el trabajo que hacemos desde casa. Rien ne va plus, una vez más, ¡gana la banca!

*Arquitecto