Entre la épica del coronado virus, y la ley de libertinaje, perdón, libertad sexual, me han creado cierta confusión existencial, que, en mi lejana juventud, resolvía ayudado por mi añorada maestra doña Soledad. Inteligente mujer que sabía educar en la escuela pública, con afecto, cariño, respeto y disciplina, indicándote en qué condiciones debías llegar a tu casa. Haciendo zapping en una modernísima TV que me han regalado mis nietos, advertí que hablaban personas que rotulaban como, presidente y miembros del Gobierno. ¡Qué cosas! Su forma de hablar, sin pausas, chocantes tanto por los contenidos como gramaticalmente, pero sobretodo por sus gestos. Bajo ningún concepto los hubiera aceptado mi maestra. En la escuela pública, entonces, las reglas de urbanidad eran básicas, incluso para las poesías del mes de mayo.

Estos voceros del Gobierno en ningún momento seguían el desarrollo conceptual de su idea (si es que la tenía): bla, bla, bla. Mas detenidamente pude observar, percibir, más detalles. Estos, gracias a mis maestros de la Facultad de Medicina, que me enseñaron a hacer buenas historias clínicas; comprobando en sus caras rasgos que definían a unos como coléricos, a otros como dóciles palomas de vuelo corto que picoteaban en falso, alardeando de ello. Cierta tensión palpebral, napias, con dilatadas coanas nasales, señal de fuerte respiración. Frecuente y desagradable parpadeo ocultando parte de los globos oculares. Al fruncir el ceño, la frente se cubría de trasversales surcos cutáneos irregulares. No ha sido fácil encontrar con estos fenotipos algún signo o perfil de benignidad o de talento. Caracteres típicos de tibieza y terquedad; de carácter obstinado, penetrante, sin bondad, sin calor, de sumisión a la autoridad competente que premia. De fidelidad sin ternura, solo ceremonial, donde, aunque existan los vicios, las pasiones y las intrigas, jamás imprimirán la más mínima huella en su semblante. No importa cuantas veces modifiquen su apariencia, siempre mantendrán su misma condición.

Erasmo de Rotterdam en su gran obra 'Elogio de la locura', dedicada a Tomás Moro, afirma: «…Si, por casualidad, alguna persona quisiese ser tenida por sabia, sin demostrarlo, solo conseguiría ser doblemente necia...».

Ciertamente, duplicara su defecto aquel que en contra de la naturaleza desvíe su ideología y plagie el aspecto de su aptitud del mismo modo que, conforme al proverbio griego, «aunque la mona se vista de púrpura, mona se queda».

*Catedrático emérito. Universidad de Zaragoza