Dicen que las comparaciones son odiosas pero nos pasamos la vida comparándonos con los demás. Dicen los entendidos que el bienestar de las ciudades se mide por la movilidad urbana, la sanidad y la educación; también por el grado de contaminación y del urbanismo adecuado a las necesidades de la población. El resto de elementos que se quieran añadir serán superfluos. Con estas premisas me gustaría explicar que en la ciudad de Zaragoza la movilidad urbana de los usuarios del autobús carece de la calidad de la que gozan los usuarios del tranvía. Una obviedad no carente de injusticia.

Vaya por delante, querido alcalde Belloch, que el tranvía me parece uno logro para la ciudad y que los mimos y cuidados que se establecen en esa línea que cubre el eje norte-sur de la ciudad los considero oportunos. Todos los ciudadanos de la inmortal hemos contribuido con nuestros impuestos a su puesta a punto y a su lucimiento, aunque no lo usemos por no estar en nuestro recorrido habitual, y solo lo hagamos excepcionalmente y casi por puro placer. Sin embargo, son muchas más las personas que se desplazan en autobús que en tranvía, porque las líneas de autobús llegan a todos los puntos de la ciudad. Hasta aquí la cosa se comprende. Lo que no es tolerable es que solo una minoría disfrute de un medio de transporte que todos hemos pagado y que la inmensa mayoría de los viajeros sufran la desidia del transporte urbano tradicional: el autobús.

El Ayuntamiento de Zaragoza hace mal en permitir que las empresas concesionarias no cuiden la movilidad urbana sobre ruedas, y que consideren a los usuarios del bus como viajeros de tercera o a veces como ganado al que trasladan de un punto a otro. Hemos aguantado huelgas sin rechistar porque los trabajadores defienden sus derechos y porque no nos queda otra (el tranvía no nos sirve. ¡Ya nos gustaría!), pero deberían inspeccionar o comprobar el lamentable estado de algunos vehículos que están para el desguace. El 42 y el 39 son coches que no resistirían la inspección de sanidad: ruidos insoportables porque están destartalados y desajustados, carecen de amortiguadores, y el viaje parece una montaña rusa de tumbos en el vacío, son viejos y urge su inmediata renovación. Tuve la vana esperanza de que el ayuntamiento hubiera puesto en vereda a la nueva empresa que se lleva la pasta, pero me equivoqué. Ahí siguen como monstruos que destrozan espaldas, oídos y la paciencia de los usuarios obligados a cogerlos. Estas líneas son de largo recorrido en la ciudad pero no van a Puerto Venecia ¿Para qué cambiarlos por otros nuevos? Y mientras el barrio de Torrero sufre estas líneas desvencijadas le mando un mensaje al concejal de distrito, Roberto Fernández para que se fije en el asfaltado tercermundista de Avenida América y Fray Julián Garcés. Hay agujeros donde cabe la rueda de un bus. Urge que se levanten las calzadas y se asfalten de nuevo aunque se cierre el tráfico. Ya toca.

Periodista y escritora