Todos los días aparecen noticias dolorosas sobre los malos tratos, infligidos principalmente a mujeres. Todos los días conocemos noticias sobre una legión de seres humanos que sucumben a las guerras, al hambre, a la explotación, a la muerte. Sin embargo, raramente nos detenemos en una forma de maltrato decisiva, fundamental: el maltrato a nosotros mismos.

Es como si quisiéramos pasar de puntillas por lo que realmente nos sucede, por cómo nos va en la vida. A golpe de horario, de agenda, de calendario vamos comportándonos como autómatas, aferrándonos a la esperanza de que mañana se resolverán o se diluirán mágicamente los problemas que acarreamos cada día. Estamos lejos de sentirnos bien y satisfechos, estamos disconformes con mucho de lo que hacemos en y con la vida, buceamos cada vez más profundamente hacia la incoherencia con lo que verdaderamente queremos y aspiramos. Y, sin embargo, lejos de atendernos y cuidarnos, posponemos el momento de regalarnos tiempo, ocuparnos de nosotros mismos, conciliar en lo posible, por un lado, los proyectos y aspiraciones, y, por otro, la nuda realidad cotidiana.

Baudelaire dijo que cada uno lleva dentro de sí un hombre, una mujer y un niño, y que a menudo ese niño está en apuros. Tenga o no tenga razón Baudelaire, lo cierto es que corremos el riesgo de no prestarnos atención, relegar al olvido nuestra vida y ahogar nuestro yo más auténtico con el monótono fragor de las obligaciones diarias, con las excusas a las que recurrimos con frecuencia para restar importancia e intensidad a nuestras propias sensaciones, esas que pocos o nadie conocen, pero que casi nunca cesan de llamar a nuestra puerta. Corremos, pues, el riesgo de tratarnos poco y mal; es decir, de maltratarnos.

SI NOS TRATAMOS mal, pagamos un precio alto y, de paso, en más de un caso lo pagan también los demás, los que comparten nuestro entorno interpersonal, familiar o profesional. El malestar, como el bienestar, es centrífugo, traspasa los límites de uno mismo, contagia, para bien o para mal, a los demás. Así, cada encuentro con otro es una oportunidad de compartir en positivo lo mejor de nosotros mismos o de inocular malhumor, desaliento, puras huidas hacia adelante.

Una vida, cada jornada, es como una hoja en blanco, donde escribimos lo que podemos y queremos. Parapetarnos en la mala suerte o en el destino fatal o en la maldad ajena no deja de ser una estéril coartada que conduce a la inanición, al marasmo. Somos responsables de lo que somos y hacemos, también de lo que no somos ni hacemos por dejadez o pereza o miedo. Leemos, aunque sea de reojo, esa hoja, antes en blanco, ahora ya escrita, y es como si nos estuviésemos contemplando en un espejo. A algunos no les gusta lo que ven e intentan huir como sea, llenándolo de agendas apretadas, compromisos sociales, compras, dinero o cachivaches. Entre tanta hojarasca, se han perdido y están perdidos. De paso, si no varían el rumbo de sus vidas, se están echando a perder. Se están maltratando. Detrás de muchos casos de malos tratos (de género, acoso escolar, mobbing...), detrás de muchos maltratadores, hay un automaltratador. Vivimos en una sociedad donde se nos vende en cada rincón, desde cada producto de consumo, desde cada anuncio publicitario, desde cada programa político, la felicidad.

SIN EMBARGO, la felicidad, por muy relativa que resulte, es sólo el resultado de lo que hemos ido haciendo con nuestra vida. Nadie puede ser feliz si previamente no sabe lo que quiere, y para ello es preciso antes decidir quién y qué se quiere ser. Hay personas que tienen una memoria deplorable: llevan muchos años olvidándose de sí mismos, tratándose mal. Apenas saben que la conquista de la felicidad consiste en la aventura diaria de ilusionarse y luchar por unos objetivos que nos mejoran como personas (a nosotros mismos y a los demás). De hecho, desde esta perspectiva, todo merece la pena si acertamos a que contribuya a saber vivir más y mejor como personas.

Decía Nietzsche que hay que ser león para ser osado y enfrentarse con fiereza a las empresas valiosas y las dificultades; camello para soportar con entereza la carga de la vida cuando nos parece un desierto; niño para jugar con frescura, ilusionarse, crear, vivir en libertad. Espero y deseo que estéis en ello.

Dedicado a todos los alumnos y alumnas con los que durante veinte años he compartido aulas, ideas, proyectos, ilusiones y sinsabores.

*Profesor de Filosofía