El inmenso esfuerzo que ha hecho la sociedad española contra el covid-19 ha dado finalmente sus frutos. El número de contagios se ha contenido, los ingresos en las ucis se han controlado y el número de muertos se ha frenado. El confinamiento ha comportado sacrificios personales, económicos, sociales y políticos. Pero la baja tasa de contagiados demuestra que, por parte de la población, se han seguido las instrucciones de las autoridades aunque fueran más o menos acertadas. El desconfinamiento es más complicado porque no es una estrategia de todo o nada sino de progresividad. De lo que se trata no es de ir muy deprisa sino de evitar sobresaltos que nos obliguen a retroceder. El Gobierno da muestras de dudas. Ha pasado con las idas y venidas con las mascarillas o con las rebajas desorientando a la población. Aunque también se explica por la complejidad de esta pandemia y por la necesidad de ser flexible ante determinadas demandas. Malo si se es demasiado flexible y peor si se es demasiado rígido.

Una deriva peligrosa en esta etapa de desescalada es convertir el ritmo del desconfinamiento en un enfrentamiento territorial y, aún peor, en una contradicción irresoluble entre medidas sanitarias y medidas económicas. En el primer caso, quienes lo plantean en estos términos, como la presidenta de la Comunidad de Madrid, confían poco en la inteligencia de los ciudadanos a los que sirven. Cualquier madrileño entiende perfectamente que la densidad y la aglomeración de esta conurbación obliga a la máxima prudencia. De igual manera, el coste de una recaída puede ser aún mayor que el coste de seguir unos días más en un determinado nivel de confinamiento. Los empresarios sensatos también lo saben y actúan en consecuencia en la elaboración sus propios planes de contingencia. Otra cosa es ser sensibles a determinadas demandas ante medidas que pueden poner en jaque a sectores económicos decisivos como el turismo. La anunciada cuarentena a todos los viajeros que aterricen en España puede poner en riesgo la competitividad, tanto la real como la reputacional, respecto a otros mercados turísticos.

Para la economía española un retroceso tendría graves consecuencias. El Banco de España señaló ayer que considera improbable el escenario más optimista que había barajado y cifra la caída del PIB en el 2020 entre el 9,5% y el 12,4%. Una debacle de la que no nos recuperaremos en todo el 2021. La crisis económica vinculada a la pandemia no será una V sino una U con una base más pronunciada. Es lógico que alguien abogue por acelerar la salida del confinamiento. Pero el coste de arrancar y parar es mayor que el de una aceleración progresiva y continua. Hay que prepararse para esa recuperación: empresas y Administración. El Banco de España ha pedido un plan de consolidación fiscal y de reformas. Lo primero será más duro sin lo segundo, pero las reformas son imposibles sin acuerdos sociales y políticos. Merkel y Macron anuncian un plan de reconstrucción de 500.000 millones que saben insuficientes, pero países como España deberían prepararse para utilizarlos y recuperarse más rápido y de una manera más consistente, de manera que sea más resistente ante eventuales crisis futuras.