Si a Antonio Sánchez no le hubiera tocado la Lotería de Navidad, es más que probable que a estas horas siguiera disfrutando del tesoro que tenía antes de ser agraciado como poseedor de un décimo del cuarto premio: sus 27 años. Con el dinero logrado por azar, 30.000 euros, se sometió enseguida a una intervención quirúrgica de reducción de estómago, pues se veía algo gordo, y hoy le llora la familia porque está muerto. En el otro extremo de esa línea impredecible que trata el azar sobre nuestras vidas, Bethany Hamilton, una adolescente norteamericana: si a Bethany no le hubiera arrancado un brazo un tiburón, hoy no sería la estrella de surf hawaiano.

Conocí el caso de alguien que, habiéndole tocado una buena cantidad de dinero en la Lotería, jamás lo tocó por miedo a que le cambiara la vida. Es más, decidido a repartirlo entre los amigos, tampoco lo hizo finalmente por no desear a los demás lo que no deseaba para sí. Todos sus amigos y él, gozaban de salud, amaban y eran amados, disfrutaban con sus trabajos... ¿Por qué cambiar y destruir tal vez todo eso? Yo mismo, pero no sólo yo, sino también mi amigo Javier Urra por ejemplo, no jugamos nunca a la lotería por si nos toca.