La firma del decreto de disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones legislativas para el 14 de marzo brindaron ayer la ocasión de empezar a despedir el aznarismo. José María Aznar hizo balance y se declaró "orgulloso" de una acción de gobierno basada en tres ejes: "reformismo, centro y diálogo".

Aznar se retira, es cierto, con un notable balance económico y con un resultado positivo en la lucha policial contra ETA. Pero, al mismo tiempo, con las relaciones entre los pueblos de España crispadas por su concepción monolítica y excluyente de la unidad y con nuestro país fuera de juego en Europa. Durante la primera legislatura de Aznar, los pactos con nacionalistas y sindicatos disolvieron el fantasma de la derecha intolerante, y objetivos como "el pleno empleo" resultaron creíbles. Pero el Aznar que ayer se despidió alardeando de haber debatido los asuntos de Estado y calificando al PP como el único partido capaz de garantizar la "unidad de España", la estabilidad, la prosperidad y el crédito internacional, no es el que quiso hacernos creer. Hace tiempo que cambió el reformismo por la involución; el centro, por un conservadurismo autoritario y el diálogo, por la descalificación.