Aznar jugaba ayer en casa y con el árbitro a favor, por eso no tuvo ningún empacho en decir que se siente "muy orgulloso" de hacer un trasvase del Ebro que "es bueno para los aragoneses". Probablemente el orgullo que dice sentir el presidente del Gobierno se sustenta en los fallos teóricos que comete cuando describe el trasvase, que no es otra cosa, según explicó él mismo ante una nutrida representación de su partido, que "el Ebro entra por aquí y sale por aquí, y díganme dónde cojo agua". El problema no es que el presidente haga un esperpento de una obra sobradamente rechazada por los aragoneses con sólidos argumentos, que han sido y son reiteradamente despreciados por el Gobierno; el presidente del Gobierno desprecia a los aragoneses por sistema. El problema es que la parroquia popular concentrada ayer en Calatayud celebró el esperpento de Aznar con sonoros aplausos y chirigotas. Y eso hace no tiene ninguna gracia.