La expectación despertada por la declaración como testigos de José María Aznar y Mariano Rajoy en el juicio de los papeles de Bárcenas fue inversamente proporcional a las novedades que se produjeron. Los dos expresidentes del Gobierno y del PP negaron el cobro de sobresueldos, la existencia de la caja b o el conocimiento de donaciones económicas al partido.

Aznar respondió con negativas y evasivas, pero no se privó de mostrarse desafiante, hasta el punto de que tuvo que ser advertido por el presidente del tribunal. A un abogado de la acusación le recordó que sus clientes eran todos diputados socialistas valencianos y a Gonzalo Boye le preguntó retóricamente si era el abogado de Carles Puigdemont. Lo más comprometido de su declaración fue la contradicción con Juan Ignacio del Burgo, al negar que hubiera autorizado el pago de una compensación económica, lo que el día antes había admitido el exdiputado navarro.

Incluso sacó pecho al aseverar que incluyó como retribución en especie su estancia en la Moncloa.

La frase más pronunciada por Rajoy, que estuvo contundente, fue «absolutamente falso», tanto para negar la caja b como para calificar de «mentirosos» los papeles de Bárcenas, a quien descalificó diciendo que «ni siquiera es capaz de estar de acuerdo consigo mismo» y llegó a hablar de «delirio» y de «vergüenza» por lo que está sucediendo. Menos contundentes sonaron sus explicaciones sobre el famoso mensaje a Bárcenas de «Luis sé fuerte». Con su habitual retranca explico que «en la vida no siempre acertamos»

Rajoy aseguró que en 40 años nunca oyó a nadie hablar de la caja b, una doble contabilidad cuya existencia, sin embargo, está acreditada ya por una sentencia de la Audiencia Nacional y será aún objeto de otro juicio. Y por supuesto negó la mayor cuando fue interpelado sobre si destruyó documentación en su despacho. «Es metafísicamente imposible que yo destruyera unos papeles que nunca he tenido en mis manos», explicó.

Ambos expresidentes coincidieron en desvincularse de todo, pero eligieron estrategias distintas. Mientras Aznar, en su línea displicente, se desvinculó personalmente de todo, con el uso de frases que rayaron lo despectivo, su sucesor intentó salvar los muebles del partido. Dos caminos distintos para un objetivo común.