Que Bagüés, el pueblo aragonés con menor población, está condenado a desaparecer es una vieja letanía que llevan escuchando sus vecinos desde los años sesenta, cuando se produjo la última gran oleada migratoria. Coincidió en el tiempo con el hallazgo de las valiosas pinturas murales, ocultas en la iglesia románica del siglo XI y que tanto esplendor han dado al museo diocesano de Jaca. Mientras el tesoro artístico se trasladaba a otro lugar, su histórico templo se quedaba vacío y desprotegido. Básicamente, eso es lo que le ocurrió a Bagüés desde esa fecha.

La actividad económica quedó reducida a una agricultura doméstica y, a partir de los años noventa, al turismo rural. El censo sufrió un descenso espectacular a comienzos de la década actual, aunque las cifras oficiales nunca han sido importantes en el caso de esta localidad zaragozana. Con mayor o menor censo, la población estable apenas ha variado, ya fueran 52 empadronados (el punto álgido, alcanzado en 1999) o los doce actuales.

El principal obstáculo del municipio para mejorar sus expectativas ha sido la deficiente comunicación. Bagüés es el pueblo más aislado de Cinco Villas. Cuesta lo mismo desplazarse a Ejea (por Sos y Castiliscar) que bajar a Zaragoza, por Ayerbe y Huesca. Los diez kilómetros que la separan de dos localidades tan cercanas como Mianos y Longás se convierten en una odisea. La carretera autonómica que une a Bagüés con Pintano y Bailo ha sido hasta ahora una vía casi intransitable, repleta de curvas, baches y profundos agujeros. Solo a partir de 2016 han comenzado a arreglarla seriamente.

Paradójicamente, el pueblo está mejor que nunca. Cada vez hay más casas habitadas y mejor acondicionadas, que se llenan en verano. A partir de 1991, el ayuntamiento impulsó la mejora de calles, iluminación, agua, limpieza de solares y servicios básicos que propiciaron un cambio radical en la deteriorada imagen del lugar. El futuro siempre ha estado en manos de la población jubilada, aunque siempre hay una ventana abierta a la esperanza.