El pasado 27 de enero, con motivo del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, António Guterres, Secretario General de la ONU, en un emotivo discurso alertaba sobre el preocupante auge de los grupos neonazis y también, y ello resulta especialmente grave, de la creciente influencia de sus mensajes xenófobos y autoritarios en los partidos políticos tradicionales, razón por la cual se lamentaba de que «algunos partidos, necesitados de votos, están felices de dar un barniz de respetabilidad a ideas viles». Es por ello que Guterres advertía del peligro que supone la «simbiosis» entre ideas y propuestas de signo claramente ultraderechista con las de partidos «respetables» del arco parlamentario en su búsqueda de réditos electorales. Así hemos de entender las posiciones que han ido adoptando diversos partidos de la derecha conservadora en temas tales como la inmigración o la seguridad ciudadana, como es el caso de la derecha sarkoziana francesa, o de otros partidos del centro y este de Europa, algunos de ellos adscritos al Partido Popular Europeo (PPE), como es el caso de Hungría, Polonia, Eslovaquia o Austria y, también, las posiciones que, por ejemplo en España, defiende en dichos temas Xavier García Albiol, el principal dirigente del Partido Popular de Cataluña (PPC).

Ante esta amenaza que se perfila en el horizonte de muchos países, Guterres pedía unidad para hacer frente a los mensajes que, como señalaba con acierto, pretenden «la normalización del odio», unos mensajes que tanto la extrema derecha como los supremacistas blancos, expanden impunemente a través de internet y las redes sociales. Estas actitudes reaccionarias son incapaces de comprender, y mucho menos de aceptar que, en nuestro tiempo, las sociedades son cada vez más multiétnicas, multirreligiosas y multiculturales, y que esa diversidad es un valor, una riqueza social y no una pretendida amenaza. Por ello, estos grupos a la par que expanden sus mensajes de odio, fomentan en la misma medida los incidentes antisemitas y los ataques violentos contra musulmanes e inmigrantes.

Ante esta situación, y recordando lo que supuso el Holocausto en la conciencia y en la memoria de la Humanidad, el discurso de Guterres nos instaba a no olvidar estos hechos, encarnación del mal absoluto, «dado que hoy el odio y el desprecio por las vidas humanas es rampante, debemos protegernos contra la xenofobia todos los días y en todas partes» ya que «nunca podemos ser expectantes cuando las vidas y los valores están en juego».

En un acto similar que tuvo lugar en el Parlamento de Alemania, Anita Lasker-Wallfish, superviviente del campo de exterminio nazi de Auschwitz, instó a los diputados alemanes a «no tolerar el negacionismo del Holocausto», a la vez que alertaba del «virus» del antisemitismo, que tiene más de 2.000 años y que, «al parecer es incurable».

Traigo a colación estas declaraciones de Guterres y de Anita Lasker-Wallfish en un momento en el que, por ejemplo, Edouard Philippe, el primer ministro de Francia, reconocía que en el país galo «hay una nueva forma de antisemitismo, violento y brutal, que emerge cada vez más abiertamente», lo cual ocurre en la comunidad judía más grande de la Europa occidental, como lo prueban la oleada de ataques que está sufriendo en estos últimos años, el último, ocurrido hace unos días en el barrio parisino de Sarcelles contra un niño de tan sólo 8 años.

Esta lucha para evitar la banalización del Holocausto está a la orden del día, como lo ha puesto de manifiesto el caso de Udo Landbauer, líder regional del partido de la ultraderecha austríaca FPÖ, grupo político que, desde el pasado mes de diciembre, forma parte del Gobierno Central de Viena, junto al Partido Popular de Austria (ÖVP). Hace unos días se supo que la cofradía pangermanista y ultranacionalista «Germania», una de las muchas que existen en el país alpino y de la cual era presidente Udo Landbauer, había editado un cancionero en el cual se glorificaba el Holocausto nazi con letras tan macabras como la que decía «Metan gas, viejos germanos, que llegamos a los siete millones», razón por la cual se generó una gran polémica y el político ultraderechista se vio forzado a presentar su dimisión.

En esta misma oleada de ascenso de la extrema derecha en el seno de la civilizada Europa, que ya ha empezado a hacerse hueco en los gobiernos de algunos de estos países, podemos encontrar también otro ejemplo significativo en Bélgica. Allí, Jan Jambon, el ministro del Interior del Gobierno belga por el partido independentista flamenco N-VA (Alianza Neo-Flamenca), que cuenta con un importante sector afín a la ultraderecha, el partido que tanto está apoyando el supuesto «exilio» de Carles Puigdemont, manifestó recientemente su «comprensión» hacia los fascistas belgas que militaron en el Partido Rexista y que colaboraron con el ocupante nazi alemán durante la II Guerra Mundial, y cuyo líder, por cierto, Leon Degrelle, fue acogido y protegido, al igual que otros criminales nazis, por la dictadura franquista hasta su muerte en Málaga en 1994 sin que nunca fuera extraditado ni juzgado por los tribunales de su país por crímenes de guerra.

Por todo ello, este tipo de gestos impulsados por partidos reaccionarios no sólo pretenden la banalización de la inmensa tragedia que supuso el Holocausto, sino que también suponen, no lo olvidemos, un oprobio para la memoria de las víctimas, y entre ellas, también, la de varios miles de republicanos españoles asesinados por el nazismo, olvidados de forma deliberada por la derecha española, la misma que tan comprensiva se muestra con determinadas actuaciones de esa negra página de nuestra historia que supuso el franquismo, algo que resulta inadmisible para cualquier demócrata. <b>*</b>Fundación Bernardo Aladrén