Los españoles somos un poco raros. En general no tenemos aprecio por la bandera española. Yo la primera, lo reconozco. Siempre, durante más de cuarenta años, ha estado asociada al franquismo, a la dictadura, y eso cala en las conciencias mientras somos niños, adolescentes y después, hombres y mujeres que huíamos del olor a rancio, a sacristía y a falta de libertades.

El único recuerdo que tengo de la bandera nacional era de cuando era una niña y mis padres me mandaban en verano a un campamento en Santander. Allí sí se izaba la bandera roja y gualda muy temprano y las más mayores cantaban himnos de cuya letra no me acuerdo. Era un campamento como de boy scouts pero de chicas. A mí me encantaba dormir en tiendas de campaña con mis más amigas, comer en barracones, subir las montañas y reírnos contando chistes verdes alrededor del fuego de campaña. La bandera era una señal en un poste alto que nos indicaba el camino de regreso por si alguna se perdía en caminos desconocidos. Eso era todo, y eso es lo verdaderamente importante.

Mis padres eran de derechas, pero de esa derecha civilizada de clase media que no molestaba a nadie. Nunca vi una bandera colgada de ninguna ventana. Du-rante mi niñez la verdad es que no se prestaba mucha atención a la bandera, salvo en el Ejército, evidentemente. En los últimos años, sin embargo, sí que he colgado banderas y trapos en los balcones de mi casa. Eran trapos como gritos defendiendo las ideas de los que allí habitábamos: No a la guerra en blanco sobre rotuladores negros, en verde por la defensa de la Educación pública, en blanco de nuevo por una Sanidad sin recortes. Fueron los años duros de los recortes del PP y de las mentiras sobre las armas de destrucción masiva. Salimos a las calles y las banderas se convirtieron en miles de pancartas. Como ahora hacen los jubilados para defender su vida laboral y su dignidad.

Ahora con la locura de Cataluña vuelven las banderas de las patrias en una guerra dialéctica absurda y cansina. La gente se da garrotazos, unos contra otros, como en los cuadros de Goya. Y resurgen las ideas podridas del fascismo, del machismo, de la xenofobia, del racismo, del terrorismo, de los nacionalismos excluyentes, elitistas; y se monta la de Dios es Cristo con las banderas al viento, la aorta a punto de estallar y la testosterona de los machos ibéricos hirviendo en sus partes nobles bien marcadas para que se note lo que es un español, español de verdad. Mantillas, toros y cacerías como señas de identidad (La escopeta nacional). Incluso alguna cantante mediocre ha llegado a envolverse en la bandera española para poner una letra ridícula al himno nacional. Todo puede servir para salir del bajón de ventas de la rubia teñida patriotera. En fin, una horterada más de la utilización de los símbolos.

Pero sí que me gustaría ver algún día que nuestra bandera española no es manipulada siempre por los mismos y es respetada por todos como la cosa más natural del mundo. Francia es el ejemplo. H *Periodista y escritora