Hay que estar en Madrid estos días para entender la capacidad de este país nuestro a la hora de expresarse en tolerancia, libertad y desparramo. Claro que el orgullo gay ha evolucionado hasta convertirse en una oportunidad para el negocio. Pero les aseguro que ver a todos los comerciantes, hosteleros, taxistas y munícipes colgando banderas arcoíris por doquier... es un espectáculo fantástico. Lo mejor es que muchos de quienes ahora se envuelven en el rico colorín anteayer mismo todavía se sentían arrastrados por la fobia a todo lo diferente.

La capital del Reino, caótica, abigarrada y disparatada, como siempre, vive un momento de efervescencia. Le sienta de maravilla. Se dice que Carmena no volverá a presentarse (supongo que ir del brazo de los neoizquierdistas de toda condición agota a cualquiera). Pero a día de hoy nadie duda de que ganaría las elecciones. Todo eso de que los madrileños están hartos de no se sabe qué es una invención de los reaccionarios. Pero yo veo a la gente contenta y animada, incluso (o sobre todo) en el barrio de Salamanca. A todos nos gusta la movida, ¿verdad?

Los días del World Pride pasarán. Pero ahí van a seguir la fabulosa exposición de la Hispanic Society (El Prado) o la que disecciona la compasión y el dolor en Picasso hasta llegar al Guernica (Reina Sofía). La ciudad está abarrotada, por las aceras desfila medio mundo y en las terrazas de los bares ya no queda sitio.

Achaquen mi entusiasmo a que soy un hetero muy poco convencional. O a que durante años detractores anónimos intentaban desprestigiarme llamándome maricón (¡qué risa!). O a que me hace gracia que en esta España nuestra nos veamos obligados una y otra vez a enfrentar prejuicios religiosos, excomuniones, disparates carpetovetónicos, conferencias episcopales y otros delirios, cuando en verdad lo que nos va es la marcha, la cultura en todas sus versiones, la transgresión y su buen aliño de desenfreno. Nuestro patriotismo desprecia la ortodoxia. Pero sobre nosotros ondea la internacional bandera arcoíris.