A menudo hay noticias que pasan inadvertidas porque se producen lejos, o porque solo afectan a una parte pequeña del país. Son esas noticias que, en la prensa nacional, se reducen a un suelto en página par y a veces ni siquiera merecen ese honor, pero acaparan titulares y portadas, un día sí y otro también, en la prensa regional de la zona donde se producen. En ocasiones, esa dimensión reducida del acontecimiento permite contemplar con más claridad los mecanismos que subyacen a la propia noticia y que, esos sí, son absolutamente universales. Gracias a ello, podemos reflexionar más a fondo sobre el asunto y extraer consecuencias que nos afectan a todos, incluidos nosotros mismos. O, si prefieren decirlo de forma más campechana, podemos poner las barbas a remojo tras ver cómo pelan las del vecino.

Pues bien, este es el caso de la que me propongo comentar. En este mes de mayo la prensa asturiana (en especial La Voz de Asturias y La Nueva España) se ha ocupado por extenso de los planes de la multinacional Arcelor-Mittal para reducir drásticamente la producción de sus dos plantas en esa comunidad: Altos Hornos de Avilés y la acería de Gijón. Lógicamente, la decisión de la empresa tiene muy preocupados a los trabajadores, que ven peligrar sus empleos. Son, en principio, un par de miles de puestos de trabajo y eso puede relativizar la gravedad de la medida si se contempla desde el conjunto del país. Allí donde golpea, sin embargo, hace mucho daño.

Pero es que no se trata de una empresa cualquiera. Arcelor-Mittal es la mayor siderúrgica mundial y tiene una plantilla de 200.000 empleados en más de sesenta países. Se la considera la única productora de acero realmente global y, aunque en parte tiene su origen en India, su sede está donde suelen estar las sedes de esta clase de empresas: en un paraíso fiscal. En Luxemburgo.

Sirva esto para decir que decisiones como la que pesa sobre el futuro de estos trabajadores se toman en un marco muchísimo más amplio y obedecen a una lógica implacable. A la lógica del beneficio puro y duro, esa lógica que no tiene en cuenta (más que vagamente) cualquier argumento que no sea el dividendo que repartirá entre sus accionistas. El capital es así y, cuanto más global, más impasible ante las pequeñas tragedias locales.

Porque el posible cerrojazo a las plantas asturianas forma parte de un plan mucho más ambicioso. Se trata, según han explicado los portavoces de Arcelor-Mittal a los sindicatos y a la prensa, de reducir en un alto porcentaje la producción en sus factorías de la Unión Europea y, en mayor medida, la de sus factorías en España.

¿Las causas de esa medida? Dos, solo dos. Y bien explicadas por la empresa, para que no quede lugar a dudas. Lo que dejen de producir en la UE lo producirán en otros países, como Turquía, donde el precio que hay que pagar por emitir a la atmósfera dióxido de carbono es muy inferior al que obliga a pagar Europa a sus industrias por contaminar. Menores costes, mayores beneficios, ¿no?

¿Y por qué, entre todos los países europeos, España se llevará la peor parte de este tijeretazo? También queda claro: porque esta clase de industrias consumen una gran cantidad de electricidad (industrias electrointensivas, las llaman), y la electricidad se paga en nuestro país sobre un 30% más cara que en el resto de los países de nuestro entorno europeo. La misma lógica.

Es de agradecer que las explicaciones sean así de sencillas y contundentes, y que no nos mareen con curvas de precios, mercados y otras gollerías tan frecuentes cuando se trata de justificar recortes de empleo. Un auténtico baño de realismo empresarial que a todos nos viene bien, aunque solo sea para plantear con más rigor las dos preguntas clave en todo este invento.

La primera: ¿alguien tendrá valor para explicar por qué la electricidad cuesta a los españoles un 30 % más de lo que les cuesta al resto de europeos? Y no me refiero a esas monsergas sobre el incomprensible recibo de la luz. A lo que me refiero es a las razones por las que, gobierno tras gobierno, nadie se atreve a abordar ese problema que no solo atenta injustificadamente contra nuestros bolsillos sino que, como estamos viendo, atenta también contra la industrialización del país y contra el empleo mientras llena el bolsillo de ejecutivos y accionistas de las empresas. Hace años lo dije, durante un debate parlamentario en la comisión correspondiente: «Las Siete Hermanas -así se conocía entonces a las siete grandes petroleras y tomé prestado el mote para nuestras eléctricas-- han venido haciendo su santa voluntad en España con Franco, con la UCD, con el PSOE, con el PP… y lo seguirían haciendo aunque gobernara <b>Durruti</b>». Fin de la autocita, ustedes disculparán.

Si quieren conocer los motivos por los que nuestras eléctricas han sido, son y serán (si Durruti no lo remedia) tratadas con tanto mimo por nuestros gobernantes, echen un vistazo a las nóminas de sus consejos de administración.

La otra pregunta tiene más alcance porque afecta al más grave problema del planeta: el cambio climático. Si damos por sentado que a la atmósfera le importa un bledo que contaminemos desde Avilés, Cracovia, Turquía o la China, ¿por qué demonios no se establecen normas planetarias que a todos obliguen a contaminar menos y a pagar de igual manera por la contaminación que producen? ¿Por qué no se sanciona, y se impide gozar de las ventajas del comercio libre y globalizado, a los países que son más tolerantes, y más baratos, para los grandes contaminadores?

Supongo que hay muchas razones para que esto sea así. La primera es que la globalización de la economía, tal como la entiende el gran capital, ofrece más ventajas si se permite que los países pujen a la baja en impuestos y costes de la contaminación. Hay más razones, claro, pero no se olviden de una que a lo mejor nos remueve la conciencia a todos: ¿por qué denunciamos las terribles condiciones laborales de muchos trabajadores en muchos países, y luego compramos las camisetas o las zapatillas así fabricadas porque son más baratas? ¿Por qué preferimos mirar a otro lado cuando de comprar el acero a menor precio se trata?

Lo dicho, un baño de realismo empresarial que nos llega desde Asturias… Y desde Luxemburgo, no faltaba más. <b>*Miembro de ATTAC-Aragón</b>