El president Puigdemont, el simpático Puigdi, nuevo iluminado de la secta pujolista, ha exigido un trasvase del Ebro para abastecer poblaciones catalanas e ir muñendo y entubando la opinión para la operación del trasvase grande, el de verdad, el que de tapadillo preparan a Barcelona. Ya lo exigió el jefe Pujol, en su época de su virrey, pero no logró apalancarse el Ebro porque ni el Gobierno central ni Maragall lo apoyaron, aunque con Borrell estuviera en un tris.

Ahora, tras la debacle de CiU, la fenicia formación de la pequeñoburguesía independentista catalana, tristemente devenida en nuevas siglas, ayer sin Unió, hoy sin Junts pel sí, mañana sin Esquerra, y en su pasado mañana electoral con la expectativa patética de un cuarto o quinto lugar --cuando ha gobernado durante cuarenta años--, afronta su posible extinción. Puigdemont no quería presentarse --¿para qué, para cavar su tumba?--, pero la inhabilitación de Artur Mas no le va a dejar más remedio que mantenerse al frente. Por eso ya está en campaña, huyendo, como siempre, hacia adelante (pero no hay horizonte), por eso exige la independencia, el trasvase, las nuevas fronteras de lo que estos grandes manipuladores de la historia llaman, ridículamente, países catalanes, por eso piden sillón en Estrasburgo, embajador en Washington, la luna, el sol y el referéndum de Escocia, bandera y ejército, hacienda y moneda, pleitesía a sus súbditos y más lealtad a esa Europa que les mira por encima del hombro, o que ni siquiera les mira.

Hace de todo, menos gobernar.

Si el propio Puigdemont, Homs y el resto de iluminados de la secta, cuyos fundadores están siendo investigados individualmente y como clan, se dedicaran a trabajar en sus circunscripciones, en lugar de a la intriga, a alentar el rencor, a discurrir atajos para trasvasar competencias, aguas, patriotismos, quizá le habrían cogido el gusto a las autonomías. Porque de las diecisiete del Estado español, Cataluña es la que mayores privilegios y presupuestos tiene, mejores comunicaciones, infraestructuras, más la atención permanente del gobierno. Debería bastarles, pero para la secta, que se considera dueña y señora de su territorio, es poco. Deberían aprender de la humildad de Aragón, que los soporta con santa paciencia. O de la soberbia de sus propios errores, que ya son muchos. Pero mucho me temo que van a la deriva, Ebro abajo, al proceloso mar...