Vivo en un barrio alegre, casi donde la ciudad pierde su nombre, con mucha gente joven llegando y no escasa tercera edad; casi todo el mundo empleado por cuenta ajena. Da gusto pasear por sus calles y lugares de ocio (cada dos por tres hermosas, todas ellas, mujeres embarazadas). Seguro que estas buenas gentes se conmovieron tras escuchar las vibrantes, honradas y cabales palabras de Pilar Manjón. Suelen votar hacia la izquierda aunque están más que enfadados con la clase política (¡cómo nos utilizan!, una papeleta cada cuatro años para que los programas electorales votados nunca se cumplan) y también con sus representantes vecinales, ocupados en mil y una cosillas que sin duda tienen interés pero que apenas saben tratar las de mayor enjundia, a saber: subida de impuestos, ordenación viaria, servicios imprescindibles, etc. Por esas calles salí el otro día a visitar tiendas de alimentación, y en todas ellas tenían cava catalán y aragonés, además de sidras varias. Sabios que son, y porque no les importa un adarme las balandronadas del casi paisano Carod Rovira no han hecho caso a los intentos de boicotear tan preciado producto catalán. Por ninguna parte hallé champán (bebida cara, sin duda), aunque algunos acudirán a comprarlo en lugares más chics. La gente no es necia, y sabe distinguir el humo de la paja. Estoy seguro de que en los restantes barrios zaragozanos ocurre lo mismo y las buenas gentes no se dejan comer el coco con chorradas. El botiguer Carod es una anécdota, los catalanes laboriosos y solidarios, una realidad permanente.

*Profesor de Universidad