Se ha dicho que Esperanza Aguirre no supo comprender que su momento había pasado. Pero no sé si eso (el desfase) le sucedió cuando sus sicarios perpetraron el tamayazo, cuando alineó sus peones en la lucha por el control de Cajamadrid, cuando familiares suyos pegaron sonoros pelotazos, cuando impulsó la fracasada privatización de la sanidad pública madrileña, cuando dimitió la primera vez (quizás porque temió que estallasen entonces minas que han explosionado ahora)... o cuando volvió a dimitir, empujada por la caída de su amigo

Granados. Esta señora (aristócrata, reaccionaria y populista) siempre anduvo metida en... cosas.

Aguirre se empeñó (con el apoyo de sus fans) en vestirse y calzarse de blanco para transitar por el barrizal en que se convirtió, hace ya mucho, el PP madrileño. Quería deambular inmaculada en medio de avalanchas de fango y mierda. Sus admiradores no cesaban de animarla a ello. Creían que podía salir de la ciénaga tan limpia como si la hubiesen pasado por el crystal white. Hasta ese punto se siente segura de sí misma (y de sus manejos) la derecha española.

A la postre, si Rajoy y Aznar siguen empeñados (cada uno por su lado) en negar su relación, conocimiento o mera vecindad con los cambalaches presuntamente protagonizados por sus tesoreros, ¿por qué tendría ella, Esperanza, que sentirse aludida cuando su mano derecha, su mano izquierda y hasta los deditos de sus finos pies han acabado en el talego? Si acaso, decepcionada y traicionada. ¡Pues claro!

Pero el barro salpica, ensucia, se te pega... Es inevitable. Por eso la que llamaron lideresa ha hecho mutis por el foro. Por eso también los voceros oficiosos (analistas, tertulianos, saludarribazos) del rajoyismo disparan a discreción sobre el juez Eloy Velasco, empezando por Marhuenda (librado de la imputación por los pelos). Crece el temor de las gentes de orden a los fiscales y magistrados que se escapan a su control. Mira lo que le ha pasado en Francia a Fillon, oye. Y en Cataluña a Jordi Pujol Jr. Madre mía, qué pudridero.