Uno de los cuatro cocineros vascos acusados de pagar el impuesto revolucionario a ETA se quejaba de que su nombre andara en boca de todos con estas palabras: "Qué culpa tengo yo de lo que pasa fuera de una cocina. Ojalá todo se solucionara con una cena que yo preparara". Martín Berasategui, quien ha negado rotundamente haber pagado a los terroristas, es un buen ejemplo de los males que aquejan al que vive o sobrevive en el enfermo del Norte, el País Vasco.

Al ocuparse únicamente de sus nabos y corderos, el por otros motivos admirable restaurador no hace nada que no hagan la inmensa mayoría de los vascos: bajar la voz, doblegarse o, mucho peor, simpatizar con los verdugos. Cuántas de estas buenas gentes han aprendido a convivir o a ignorar la violencia que sufren los demás. Cuántas le hurtan el cuerpo a los problemas callando y dejando hacer. Cuantas han renunciado por completo al ejercicio responsable y consecuente de la plena ciudadanía.

El tema vasco no se arregla con una buena cena. Ojalá. Pero algo se ganaría si buena parte de esa sociedad --y con ella sus ídolos de la "haute cuisine"-- asumiese sus deberes ciudadanos, desterrase su inmoral y culpable acomodo con el sufrimiento ajeno y contribuyera a rescatar un pueblo que temiese más a Hacienda que a ETA.

Por nuestra parte, mientras todo se aclara, pensemos si estos sujetos merecen nuestro crédito o nuestro desprecio por practicar a escondidas "basse cuisine". Una cocina deleznable.

*Periodista