Bastardo o ilegítimo. Así se considera a aquellos hijos no reconocidos legalmente por su padre biológico. Así es visto Nicolás Maduro por gran parte de la comunidad internacional: la UE, EEUU, el grupo de Lima o la OEA, a excepción de México. Y es que el susodicho individuo, ayer estrenaba su segundo mandato hasta 2025, gracias a la celebración de unas elecciones no convocadas por el Consejo Nacional Electoral (la institución con poderes reconocidos en la Constitución), sino por la Asamblea Constituyente (un organismo ilegal, creado ad hoc por el chavismo, para perpetuar en el poder a un Maduro que ha sumido a Venezuela en una crisis económica y política de magnitud indefinida). Unos comicios adelantados ilegalmente, pues su cita era en diciembre, y no en mayo cuando se celebraron; con una abstención récord, más del 68% del padrón electoral no asistió; con denuncias de fraude; y con la ausencia de la oposición, que no participó porque no se cumplían las garantías democráticas pertinentes. Todo, bajo la sutil advertencia de un Maduro, que se permitía el lujo de asistir a las urnas con un mantra-canto-grito de guerra como el de «Votos o balas», al que le hacían los coros países como Rusia, China, Turquía y los de la onda bolivariana (Bolivia, Nicaragua, El Salvador y Cuba), como era de esperar. Y como siempre, los paganos, los de a pie, que sobreviven con un salario mínimo de 5 dólares y padecen las atrocidades de un bastardo a quién nadie es capaz de desbancar. Tanto mecanismo jurídico internacional, para qué.

*Profesora de universidad y periodista