La batalla por las dos Irlandas es el mayor desafío al que debe hacer frente en esta época de fuertes turbulencias la UE. Es el más difícil y peligroso obstáculo del brexit, esa patética operación gestada a golpe de mentiras en las entrañas de los sectores más conservadores y nacionalistas del Reino Unido.

Para la gran mayoría de norirlandeses, católicos republicanos pero también una parte importante de los protestantes unionistas, el brexit genera miedos e incertidumbre y no solo por las consecuencias económicas negativas que se vislumbran en el presumible camino tortuoso a recorrer. Sino, sobre todo, por la posibilidad de que despierte el monstruo de la violencia sectaria. Este temor fue un factor clave en el referéndum del 2016. Irlanda del Norte fue uno de los territorios británicos que votó con mayor contundencia a favor de la permanencia en la UE. Las papeletas por el remain se impusieron en 11 de las 18 circunscripciones, entre ellas todas las fronterizas con la República de Irlanda.

La frontera invisible de 499 kilómetros que parte la isla en dos, una línea sinuosa y enrevesada solo perceptible en los mapas, ha sido un factor clave en el proceso de reconciliación que arrancó en Irlanda del Norte en 1998 tras la firma de los acuerdos del Viernes Santo.

La convivencia entre las dos comunidades gracias a la no frontera ha avanzado a lo largo de estas dos décadas sobre todo en las pequeñas localidades y pueblos fronterizos, aunque no tanto en las grandes ciudades, como Belfast y Derry-Londonderry, donde la segregación sigue siendo notoria y todavía hay muchas heridas que cerrar. Ha pasado poco tiempo desde que se puso fin a un conflicto que acabó con la vida de más de 3.600 personas.

A pesar del bloqueo en las negociaciones, nadie cree que se acabe levantando otra vez una barrera física con puestos aduaneros y militares entre las dos Irlandas, pero quién sabe. Visto el caos y desconcierto que genera el brexit en el Reino Unido todo es posible y no hay nadie en Londres que genere suficiente confianza a los norirlandeses europeístas.

El temor a que se reactive la violencia no es infundado. El primer aviso apareció el pasado verano cuando se registraron serios incidentes sectarios en Derry-Londonderry, los primeros en muchos años. La alarma volvió a sonar y con más fuerza hace apenas unos días tras estallar un coche bomba frente a los juzgados de esta ciudad. El estallido no causó heridos, pero es el primer atentado con explosivos perpetrado en el territorio desde la masacre de Omagh, donde 29 personas perdieron la vida el 15 de agosto de 1998, apenas cinco meses después de la firma de los acuerdos del Viernes Santo.

Toda cautela es poca, piensan muchos, y no sin razón. Los brexiters como Boris Johnson, Nigel Farage, Arron Banks o Jacob ReesMogg, personajes grises y de poco fiar, buscan debilitar a la vieja Europa y en eso coinciden con Donald Trump y Vladímir Putin. Una frontera dura entre las dos Irlandas alimentará el fuego y dará más munición a los que desean acabar con los valores que representa la UE.

*Periodista