El Pirineo aragonés libra una batalla contra sí mismo. Alguien pensó que la tardanza en llegar esta temporada la nieve a las estaciones de esquí era lo mejor que podía pasar para evitar tomar la gran decisión: abrir o no las pistas para la práctica de un deporte invernal que es la industria de muchas zonas. De la Jacetania, del Sobrarbe, del valle de Tena, del Alto Gállego, del valle de Benasque, de Guara, del valle del Aragón (y se puede hacer extensivo, en menor medida, a Gúdar-Javalambre, en Teruel). Sin embargo, todo se ha vuelto en contra y la nieve no solo ha hecho acto de presencia sino que hay como nunca y se dice que está en su mejor momento para esquiar. Y más a partir de ahora, en febrero. Pero la pandemia no cesa, no tanto en el territorio blanco, sino allí donde residen los que llenan el Pirineo. Con los confinamientos, las restricciones y los enfrentamientos políticos entre los que quieren que se abra y los que dudan, la situación provoca buena salud por el norte, pero pésima economía local, mientras que por el sur, con peor salud, se consienten más aperturas, y esto genera un ambiente excesivamente caldeado.

Quizás el primer error que hubo fue generar expectativas en toda la industria turística de la montaña al plantearse que las estaciones de esquí aragonesas, las de Aramón y Candanchú, se abrirían el 23 de diciembre pasado. Se seguía la estela de un gran influencer de la nieve como es Baqueira Beret, en Cataluña, que apostó también por abrir antes de Navidad. Y más adelante otro como es Sierra Nevada, en Granada. Allí se veía que el negocio funcionaba por lo que todos los sectores aragoneses se prepararon para la llegada de clientes y al cabo de seis días se comunica que no se va a abrir. Primer gran malestar. Cabreo que se acrecienta al ver cómo al estar confinada la provincia de Zaragoza, esta tiene overbooking turístico y, sin embargo, Huesca y Teruel se quedan vacías. Si a eso se suman las imágenes de los centros comerciales de la capital aragonesa repletos de gente en las fechas más señaladas, el enfado va en aumento. La puntilla viene con medidas como cerrar a las seis de la tarde los establecimientos no esenciales, y ofrecer desde la Administración unas ayudas económicas que todo el sector de la montaña considera insuficientes.

Segundo fallo

El segundo fallo proviene del Gobierno de España porque no ha querido entrar en la toma de decisiones sobre las aperturas de las estaciones como sí han hecho otros países europeos. De un lado están Alemania, Italia y Francia, tres países con un gran peso dentro de la Unión Europea, que pidieron un cierre de todas las estaciones de esquí de la UE. En el otro lado está Austria, que junto a otros no socios del mercado común como son Suiza, Andorra y los países escandinavos, sí querían abrir y lo hicieron. España se coloca en el lado de estos últimos, pero deja la decisión a las comunidades autónomas. De esta manera, el Ejecutivo español no decide y tampoco prepara ningún plan de rescate como sí han hecho otros países. Por ejemplo, deberían haberse planteado ayudas de en torno al 70% de la facturación de la temporada anterior y que las pérdidas se redujeran al 30% restante. Ese plan sí lo puede hacer el Gobierno central, pero es un problema para el regional que tiene que atender económicamente a muchos sectores. No obstante, Cataluña sí que ha puesto más dinero para la nieve teniendo en cuenta que no hay reglas fiscales este año y quizás Economía se debería haber estirado un poco más. Es cierto que las condiciones del plan de empleo, el remonta, aprobado en Aragón no son malas con las aportaciones del 40% de las administraciones locales y con significativas ayudas de la Diputación de Huesca, especialmente a los ayuntamientos más pequeños. Pero también es cierto que el valle de Tena, por ejemplo, vive de los 20.000 visitantes de los fines de semana y todo el tejido empresarial se sostiene con los 12.000 forfait de Formigal.

Pero en esta batalla hay contraindicaciones, se dice que Astún, la única estación de esquí abierta en Aragón, está perdiendo más que Candanchú, que está cerrada. Es decir, que se pierde menos dinero estando cerradas que estando abiertas con las restricciones actuales. Y los riesgos, sin duda, son menores de cara a la salud. El valle de Arán vive en estos momentos una alarma de contagios y pocos dudan que es por la apertura de Baqueira y las fiestas de Navidad, donde hubo demasiados excesos. Sierra Nevada, después de algunas imágenes poco gratificantes de cara a evitar que el virus se propague, ha cerrado. Los valles del Pirineo aragonés no destacan precisamente por sus altas cifras de contagios. En ese sentido, se está haciendo bien.

Si a mitad de febrero se desconfina Zaragoza y continúa la meseta de la pandemia que se empieza a ver, el sector de la nieve confía en abrir las estaciones y puedan tener ese medio mes y marzo de cierta afluencia. Pero solo para restar pérdidas. En cualquier caso, estaciones, asociaciones turísticas y empresariales deberían establecer junto a la Administración una estrategia conjunta para paliar la grave situación. La DGA ha dado pasos, quizás son pocos para semejante industria, pero el cierre ha podido evitar otros males.