Primero fue la justicia quien le enseñó a Donald Trump que la autoridad del presidente de Estados Unidos tiene unos límites y que puede poner freno a las decisiones del inquilino de la Casa Blanca cuando conculcan la ley o existe la duda razonable de que pueden hacerlo. Ahora ha sido el Congreso. Y, para más inri, han sido representantes de su propio partido quienes se han opuesto a aprobar la reforma sanitaria con la que Trump pretende barrer el llamado Obamacare, el sistema para ampliar la cobertura sanitaria a 20 millones de personas que, debido al modelo imperante en aquel país, no disponen de ninguna prestación. En total sintonía con la impopularidad de la medida debida a la grosera manipulación que de ella hicieron los sectores más conservadores, Trump había convertido la demolición de aquel sistema en una de las grandes promesas electorales. Sin embargo, la oposición de un sector de su partido le ha enseñado la lección del poder de las instituciones elegidas por los ciudadanos, la de los límites presidenciales y de la necesidad de diálogo y negociación. La repulsa del Obamacare es, por sí misma, un vergonzoso ataque contra una sociedad que se proponía ser algo más igualitaria. Sin embargo, todavía es más vergonzoso que quienes se oponen a la demolición planteada por Trump lo hagan por considerar que no resulta suficientemente dura.

Hoy es un día señalado para Luis María Beamonte, diputado autonómico, alcalde de Tarazona y expresidente de la Diputación de Zaragoza, que será elegido presidente del PP Aragón en el congreso autonómico que celebra su partido. Lo será también para otros dirigentes populares que se caerán de la primera fila, como el hasta hoy secretario general, Octavio López, reemplazado probablemente por una mujer. La lógica renovación que supone la elección de Beamonte al frente del partido en sustitución de Luisa Fernanda Rudi ha sido interpretada por algunos como una ruptura. Seguramente por los más refractarios a los cambios y a la evolución lógica de los acontecimientos, rancios conservadores que entienden que el statu quo actual es el único posible, y el mejor para sus intereses. Frente a la parte más acomodaticia del PP regional, el hasta ahora presidente de la formación en la provincia de Zaragoza demuestra que pisa fuerte, y que su liderazgo nace libre. Beamonte no solo tenía la necesidad, sino la obligación, de remover la cara más visible de la formación. La etapa de Rudi al frente del PP finaliza con un balance desigual. Pacificó y reanimó el partido en el 2008, cuando el PSOE era hegemónico en Aragón. Se benefició de la pésima gestión socialista de la crisis y del desgaste de un PAR clientelar, pero acabó por probar luego la misma medicina, perdiendo hace dos años el gobierno regional y otras instituciones clave. Su sectarismo provocó que la derrota del 2015 fuera más dolorosa y menos provechosa de lo que indicaban los números. Beamonte recoge ahora un PP en leve remontada tras tocar suelo en el 2015, con el objetivo de modernizarlo, tanto en su agenda de prioridades como en su funcionamiento interno, con un equipo joven y capaz.