Tras doce años en la Alcaldía de Zaragoza, Juan Alberto Belloch acabó de de deshojar la margarita: no aspirará más a dicho cargo. Así, él mismo decide una retirada que cierra tres mandatos sucesivos, intensos, complejos... y polémicos.

EL IMPULSO TRANSFORMADOR

Belloch no ha dejado indiferente a nadie. Admirado, criticado, ha sido objeto de grandes alabanzas y ha sido denostado con singular saña. Por supuesto, su larga presencia en el gobierno municipal de Zaragoza deja tras de sí un balance con luces y sombras. Pero será preciso condicionar cualquier juicio sobre dicho balance advirtiendo que fue un alcalde de clara voluntad transformadora, decidido desde el primer minuto a cambiar la ciudad. Después de haber organizado una Exposición Internacional, haber impulsado la expansión de los límites urbanos, haber asumido el retorno del tranvía o haber rehabilitado las riberas del Ebro mientras asistía al cierre de los cinturones de circunvalación tercero y cuarto... después de tantos años especialmente activos, lo raro sería que no hubiera acumulado aciertos pero también errores.

Si tomamos como referencia la ciudad, nadie podrá negar que las mejoras son evidentes. Zaragoza es más moderna, más acogedora y más razonable, aunque su planificación siguiese supeditada (hasta el estallido de la burbuja) al negocio inmobiliario.

EVENTOS Y DEUDAS

La Expo, el gran momento de Belloch, fue la gran fiesta que paradójicamente cerró el ciclo de la abundancia y el crecimiento para dar paso a la crisis. Su impacto, inicialmente muy positivo, sobre la ciudad y sus habitantes, generó un afán eventista discutible pero que, en cualquier caso, fue disipándose por simple falta de recursos. La Zaragoza actual ha incorporado equipamientos, atractivos, servicios y nuevos barrios. Pero también ha incrementado sus deudas hasta quedar seriamente lastrada en su capacidad para acometer nuevos proyectos.

La obra de Belloch (que no es solo suya sino de quienes le acompañaron en su larga trayectoria municipal) precisa de una evaluación retrospectiva. Será preciso analizarla desde el futuro para detectar mejor sus puntos fuertes y aquilatar sus debilidades. En todo caso se va un alcalde que no quiso pasar por el cargo sin pena ni gloria. Su mejor virtud fue esa: la voluntad de hacer cosas.