Caí enamorado en cuanto entré en una biblioteca. La bibliotecaria era guapa, atenta y muy solícita, pero en realidad ella no tuvo nada que ver. Caí enamorado de la biblioteca. La sola idea me voló la cabeza. Una biblioteca. Una selva infinita de libros. Toda para mí. A mi entera disposición. Mi cerebro infantil se abrió como un abanico. Podía leer allí mismo o llevarme a mi casa tebeos, cuentos ilustrados, novelas, antologías de relatos y todo tipo de libros. Los devolvía rápidamente una vez leídos y me volvía a llevar otros, en una suerte de carrera de relevos eterna, interminable. Desde entonces, he seguido profesando mi amor incondicional por esos lugares mágicos y silenciosos. He sido un usuario fiel y constante, año tras año, aumentando incluso mi pasión por los libros conforme iba superando diversas etapas vitales. Y al margen de ser socio impenitente de varias, a partir de cierto momento de mi vida la biblioteca pasó a ser mi segunda casa. Tal cual. Como animador, cuentacuentos o escritor, he realizado actividades en cientos de bibliotecas del mundo mundial (y en prácticamente todas las de Aragón). He viajado muchísimo gracias a las bibliotecas, desde luego, como lector por un lado y como cuentista por otro. Les debo un montón de vidas imaginarias y una vida real plena. Y hoy, 24 de octubre, se celebra el Día de las Bibliotecas, y me gustaría felicitar a esas personas que atienden las bibliotecas con entrega, dedicación y profundo cariño. Siempre me he sentido muy unido a ellas. Al fin y al cabo, las bibliotecarias y los bibliotecarios también se convierten, cuando la ocasión lo requiere, en animadores a la lectura, cuentacuentos y titiriteros, y llevan a cabo talleres y todo tipo de actividades entre sus paredes y estanterías. ¡Vivan las bibliotecas! .