Periodista y ensayista, orador extraordinario, agitador cultural y activista de la amistad, Luis Alegre es un ser difícil de describir, pero podríamos empezar señalando que tiene todas las virtudes de las redes sociales y ninguno de sus defectos. Su destreza para configurar encuentros tan inesperados como inolvidables puede eclipsar una escritura limpia y una admirable capacidad analítica.

Acaba de publicar Hasta siempre, mister Berlanga (Random Comics), con ilustraciones de El marqués, un recorrido por la vida y obra de Luis García Berlanga, de cuya muerte se cumplen diez años este mes. Berlanga dirigió algunas de las mejores películas de la historia del cine español. Plácido y El verdugo muestran un realismo sombrío y algo kafkiano, probablemente por la participación de Rafael Azcona. Bienvenido, mister Marshall, La escopeta nacional, La vaquilla o Calabuch tienen secuencias y metáforas que se han convertido, por usar otro título suyo, en patrimonio nacional. El padre de Berlanga era republicano y fue condenado a muerte (la pena fue conmutada a cadena perpetua gracias al «estraperlo negro»); su madre era conservadora, religiosa y turolense. Berlanga, atraído por el falangismo de joven, fue enfermero en la batalla de Teruel y estuvo en la División Azul. Luego se definió como anarcoburgués. Era anticlerical y anticomunista, le gustaba el erotismo y decía que desde los 14 años era un viejo verde. Realizó sátiras implacables de los poderosos y de la dictadura franquista. Mostró miserias y crueldades de los desfavorecidos. Eso convive con un elemento de humanidad, a menudo visible en la ilusión por una esperanza que se vislumbra un instante y se frustra para siempre. Sufrió la censura y Franco dijo de él que era algo peor que un comunista: era un mal español.

La vaquilla se escribió en el 59, pero no se pudo rodar hasta la llegada de la democracia. En uno de sus libros, Pablo Iglesias dice de la película: «No deja de ser una llamada a la reconciliación nacional, presentando la guerra como una desgracia general que sobrepasa a sus protagonistas». Lo decía como algo malo. Señaló Iglesias: «Hay dos soldados que se quieren intercambiar porque uno tiene la novia en el bando franquista y el otro la familia en el bando republicano». A su juicio hay una peligrosa «equidistancia»: también para él era Berlanga un mal español. No es la primera ni la última vez, quien no vivió algo desprecia la experiencia de quienes conocieron los sucesos de primera mano.

El estupendo libro de Alegre -lleno de observaciones valiosas y anécdotas memorables- nos hace volver a las películas de Berlanga, y nos recuerda que el humor y el factor humano siempre son una amenaza para los dogmáticos.