Un año más fue un año menos en el túnel del tiempo del país de Aznar. El rostro de Carmen Sevilla, el rostro invisible de José Luis Moreno, la mano que mece la Una, más la escarola engominada de Bertín Osborne, el repuí de Raphael, el perfil escayolado de Julio Iglesias hablando de las "gentes" de "Paña", y Rosa, y OT, y Juan Pardo con su copita de champán, y Lolita, todo ese elenco de cine de barrio, todos esos plumillas del cuché, todas esas novias de Alvarez Cascos nos regresaron a un lugar del que creíamos haber escapado (pero no era así).

Treinta años de transición, de Paco Ibáñez, de Fura, de Boadella, de Carlos Saura, Panero y Víctor Mira, no han servido, mayormente, para trascender la esencia garbancera, de plaza mayor, de nuestra cultura popular, ahora teletransportada a la tiranía audiovisual de las grandes y abducidas cadenas.

Ese revival cañí de los hispánicos sesenta, en su ortopedia presente, produce al parecer, de manera incomprensible, efectos álgidos, tonificantes, en los jolgorios y audiencias de la Nochevieja.

El ser español parece definitivamente atrapado en las canciones de Manolo Escobar, que eran las que cantaban nuestras tropas en la Navidad de Diwaniya, y por eso, y por imperativo del pensamiento único, los productores de este tipo de programas sostienen que fuera del camerino de viejas glorias, de la tonadilla y la copla, de la canción melódica y la calentorra balada, y de los humoristas cien veces repetidos, no existe alternativa.

Así, de manera indirecta, los entes, comisionados para anestesiar al pueblo con cantidades crecientes de telebasura, censuran cualquier manifestación atípica, vanguardista, controvertida, crítica, diferente. Como, en una siniestra operación, está queriendo censurar TVE la próxima emisión de los premios Goya de cine español, condicionando su retransmisión a que no aparezca en pantalla ningún artista de los que en la última y polémica edición lució la pegatina del No a la Guerra .

Pero, además del trastorno individual, generacional, que a algunos nos supone el viaje al pasado emprendido en las últimas Nocheviejas, la respuesta satírica ha tomado cívica carta de naturaleza en Teruel. Allí, en el Aragón metafísico, heideggeriano, la coordinadora ciudadana Teruel Existe ha montado, en la postrera madrugada del año, una ingeniosa parodia para denunciar, una vez más, el abandono que sufre la provincia. Los turolenses no celebraron el 2004, sino, en irónico paralelo con Prado del Rey, las campanadas de salutación al pretérito 1954.

¿Por qué? Sencillamente, para evidenciar que, en aquella remota fecha, Teruel estaba mucho mejor de lo que ahora, administrativa, económica y demográficamente está. Reunía entonces, por ejemplo, cien mil habitantes más que las 136.000 sufrientes almas de hoy. Tenía casi quinientos kilómetros de vías férreas, frente a los escasos doscientos a que el binomio Arias Salgado-Cascos ha reducido el galope de su caballo de hierro. Y había más colegios, más consultorios, hasta más cuartelillos de la Guardia Civil...

Bienvenidos al pasado.

*Escritor y periodista