Jordan Belfort, el infame corredor de bolsa que retrata Martin Scorsese en El lobo de Wall Street, escucha al principio de la película un par de lecciones que resultan de insospechada actualidad. "Si tienes un cliente que compró acciones a 8 dólares y ahora valen 16 dólares, por lo cual está jodidamente feliz, quiere cobrar, llevarse el dinero. No le dejes hacerlo, porque eso lo haría real". Y el maestro, un yuppie veterano de cuello y nariz blancos, prosigue así la arenga al cachorro de bróker: "Él piensa que se está haciendo millonario, lo que es verdad, en papel. Pero tú y yo, los corredores, nos llevamos a casa el dinero en efectivo. Por la comisión". El espíritu de algunos de los directivos de cajas de ahorros que colocaron acciones preferentes --un producto financiero complejo-- a ancianos, analfabetos y deficientes mentales no debió de diferir mucho del que guiaba a los anfetamínicos empleados del lobo de Wall Street. Lo que cuenta es que los incautos piquen y se crean que se están haciendo ricos o, al menos, que tienen los fondos a buen recaudo.

El juez Fernando Andreu decidió el martes citar como imputado a Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid, y a otros 14 exconsejeros de esa entidad para aclarar si crearon las preferentes para ocultar el deterioro patrimonial de su grupo financiero, es decir, "como una manera de captar activos y disfrazar la situación de insolvencia".

Que el escándalo de las preferentes, uno de los más grandes de la crisis española, llegue a los tribunales es una buena noticia para la salud democrática y para la justicia del país. Que nadie olvide que el FBI detuvo a Belfort y un juez lo metió en la cárcel y le obligó a indemnizar con 110 millones de dólares a sus antiguos clientes. Periodista