Cuando pensábamos que las tensiones electorales del 28-A y del 26-M eran historia, suena la música de repetición electoral. Como a Pedro Sánchez le siga empujando la derecha a pactar con los independentistas para poder achicharrarle después, no es una opción desechable. «Están locos estos romanos» decía Asterix cuando las legiones buscaban mil formas para doblegar a los intrépidos pobladores de la aldea gala.

Estamos en una situación complicada, con algunas instituciones tocadas por escándalos, corrupción y abulia por no ser renovados numerosos cargos. A ello se le suma la falta de proyectos por los tres últimos años de inactividad del Gobierno anterior y la interinidad del Gobierno actual. Y sobre todo porque Cataluña sigue siendo un polvorín en el que una sentencia, previsiblemente en septiembre, la Diada y el aniversario del 1-O pueden agitar unas aguas que llevan ya mucho tiempo revueltas. Con una negociación en la UE donde nos jugamos mucho. Sin ningún síntoma de querer hacer frente a los resultados de la crisis. Sin esperanza de revertir una quiebra social donde el empleo no resuelve sino perpetúa la pobreza con los salarios de miseria y la sobreexplotación que vivimos. Urge un giro en los acontecimientos que ponga en marcha un periodo de estabilidad que cambie esta situación.

Por eso, en estas condiciones, me resulta incomprensible que la inmadurez de una parte importante de nuestros dirigentes políticos y la testosterona de algunos gallos que la dirigen, pongan en cuestión la política de Estado hasta el extremo de poder llevarnos a repetir las elecciones y colmar la paciencia del electorado.

La superación del bipartidismo con un nuevo modelo de bloques en continua efervescencia y competencia entre ellos, nos está asfixiando políticamente. La imprescindible transversalidad para sacar adelante algunas cuestiones se ha roto: temas como las pensiones, el Pacto de Toledo, la igualdad, la lucha contra la violencia de género, el europeísmo o la reforma de la financiación autonómica están siendo una y otra vez cuestionadas.

Cuando el PP pretende dulcificar el castigo recibido en los procesos electorales recurriendo a la extrema derecha para completar mayorías, arrastra a Ciudadanos, quien a pesar de las advertencias del grupo Macron en el Parlamento Europeo, de las presiones internas y externas, de las dimisiones y fugas de algunos de sus dirigentes, no ha frenado su descarada opción de contar con la ultraderecha para que gobierne el PP antes que ellos mismos o el PSOE.

Qué decepción para algunos barones socialistas, prendados de Albert Rivera por su vocación de Estado y su espíritu liberal y reformista. Cuánto incienso gastado en un personaje que ahora mismo no tiene más objetivo que obstruir desde el bloqueo, al más puro estilo aznarista de los años noventa.

Llegar a la investidura con todos los puentes rotos con el bloque de la derecha tiene riesgos porque, encadenados entre ellos y pendientes de quién es más reaccionario y más español, nos llevan a otra legislatura perdida, con Cataluña como monotema, y pirómanos buscando en uno y otro lado reavivar el incendio.

Al acuerdo con Podemos, que es lógico por la coincidencia en gran parte del programa social, laboral y democrático, el mayor inconveniente que surge es la desconfianza, no solo por el antecedente que supuso la votación a favor de mantener las actas de diputado a los diputados catalanes presos en la mesa de las Cortes, sino porque en el tema territorial, con Cataluña sobre todo, hay notables diferencias. Además, el propio partido tiene una situación compleja con desgarros y enfrentamientos continuos, que da escasa seguridad de que los acuerdos sean estables.

En esta coyuntura tener más o menos representación en el Gobierno de coalición o colaboración parece un tema menor, sabiendo que en frente está la derecha pura y dura o la aventura de una repetición electoral. Veremos.