Este año no he tenido ninguna boda. Algo natural, dadas las circunstancias actuales. Como otros eventos y acontecimientos masivos, muchos enlaces se han dejado para el 2021. Es comprensible. Con lo que se bebe en las bodas, se podría argumentar, a ver quién guarda las distancias de seguridad, no se quita la mascarilla o no se pone a bailar agarrado con todos los asistentes como si no hubiera un mañana.

El aplazar las ceremonias para más adelante supone una gran pena para los novios, los familiares y los amigos, y más si cabe para los que organizan y participan en estas celebraciones: hosteleros, cocineros, camareros, modistas, músicos, animadores…

Hay todo un negocio alrededor de las bodas, desde luego. Yo mismo, sin ir más lejos, he oficiado alguna que otra, ejerciendo de maestro de ceremonias, que los caminos de la animación son infinitos. Cuando digo, en el momento cumbre, «por la autoridad que me ha sido conferida, yo os declaro marido y mujer», no puedo evitar contagiarme de la emoción del momento, la verdad.

Soy muy serio y profesional cuando me meto en un papel, pero uno también tiene su corazoncito, qué caramba, y tanta alegría alrededor te suele embriagar.

Sin embargo, para los que en estos momentos echen de menos esa alegría y emoción características de las bodas (sin correr riesgos innecesarios, por supuesto, con completa seguridad), recomiendo acudir a la cartelera y ver , la luminosa película de , protagonizada por una en estado de gracia. La acompañan en su compromiso un fantástico elenco de personajes a la deriva: su padre ( , su hija ( ) y sus dos hermanos ( y ). Disfrutarán (como los primos de Pamplona) de una boda sin igual. H