En poco más de un mes han fallecido tres miembros de el primer Gobierno de Aragón. Primero fue José Antonio Biescas, posteriormente Aurelio Biarge y este sábado Juan Antonio Bolea Foradada, que fue presidente de ese Ejecutivo y cuya figura es fundamental para entender el Aragón autonómico y la evolución de su autogobierno.

Bolea representó la moderación pero sin renunciar a la firmeza y la contundencia de sus argumentos., que le convirtieron en un espíritu libre dentro de esa amalgama de sensibilidades políticas que fue UCD, partido con el que se enfrentó por defender siempre los intereses de Aragón a los suyos, renunciando al beneficio propio y sin traicionar sus propios ideales, refrendados por el sentir mayoritario de un pueblo, el aragonés, que en 1978 tenía una clara vocación autonomista.

Sentir autonomista

Si por Bolea hubiera sido, Aragón tendría hoy el mismo estatus político que Cataluña, Galicia o el País Vasco, pero los intereses partidarios de UCD y el PSOE impidieron ese desarrollo estatutario. Algo similar le sucedió a su sucesor, el socialista Santiago Marraco, quien también pagó caro su sentir autonomista. Eran otros tiempos, otra política, otro Aragón. El Gobierno que presidió Bolea apenas ocupaba un par de locales y un Renault 12 con más de 200.000 kilómetros cedidos por la DPZ. Sin personal y sin nada más que la ilusión de unas personas que de forma prácticamente amateur pusieron toda su formación académica y su talento al servicio de los ciudadanos.

Aragón ha desarrollado un alto nivel de autogobierno, pero ha llegado más despacio de lo que soñó y reivindicó Bolea, quien no dudó en irse al PAR cuando se enfrentó a su partido en defensa de los intereses mandatados por el Gobierno aragonés. Supo además apartarse con discreción, sin protagonismos exacerbados pero sin perder nunca el interés por su partido y los aconteceres de su comunidad autónoma.

Bolea Foradada es uno de esos políticos a los que tanto se les debe y a los que hay que reivindicar en unos tiempos en los que con demasiada ligereza se enjuicia el periodo de la Transición, una época manifiestamente mejorable y con protagonistas nefastos pero que también brilla con luz propia por otros, como es el caso del primer presidente aragonés. A su trayectoria política hay que sumar, aunque no se puede desligar de la primera, su gran conocimiento en materia hídrica y su defensa de las comunidades de regantes, que tienen como manual de cabecera sus publicaciones, únicas en España. Se va todo un símbolo de Aragón, el cimiento sobre el que se construyó todo lo que vendría después.