Desde que el pasado 1 de enero accedió al poder de la República Federativa de Brasil el político ultraderechista Jair Bolsonaro, un tornado involucionista está socavando los cimientos de la democracia del país carioca. Bolsonaro, definido por Esther Solano Gallego como «líder populista con tendencias autoritarias», ganó las elecciones presidenciales con una campaña demagógica centrada en el combate contra la corrupción, la seguridad ciudadana, el «antipetismo», esto es, el ataque visceral a las políticas del Partido de los Trabajadores (PT) y la defensa de los valores familiares y religiosos. Durante su campaña, no dudó en recurrir a las noticias falsas (fake news) y a la desinformación, lo que, como señalaba la citada Esther Solano, hizo que dicha campaña fuera «sucia y altamente eficaz basada en la difamación», echando por tierra «las formas clásicas de propaganda política». Todo ello le produjo un considerable rédito electoral (casi 58 millones de votos) con los cuales no sólo ganó la presidencia del país, sino que el Partido Social Liberal (PSL), al cual pertenece, pasó a controlar el Congreso y algunos de los principales Estados federados brasileños. Desde entonces, ya nada es igual en Brasil, como está demostrando el peligroso tornado político en que se ha convertido Bolsonaro.

En primer lugar, esta devastación tiene claros tintes antidemocráticos pues, como indicaban Víctor Teodoro y Kalil Suzeley, la principal novedad de su victoria es «la falta de compromiso con la democracia del candidato vencedor». De hecho, ha dejado patente su simpatía con diversos regímenes dictatoriales como el de Pinochet, del cual afirmó que «si no fuera por él, Chile sería una Cuba», o justificando la dictadura militar brasileña (1964-1985) elogiándola «como ejemplo de prosperidad económica y seguridad ciudadana». Además, el ex capitán Bolsonaro ha logrado un importante respaldo en el ámbito militar dado que es un firme partidario de la participación de los militares en cargos públicos pues los considera «personas muy cualificadas y competentes» y, por ello en su Gobierno, 4 de sus 15 ministros son militares, y que 20 de los 52 diputados con que cuenta el PSL, casi la mitad, son también militares o policías, razón por la cual se alude a ellos como «la bancada da bala».

Igualmente, ha sido aupado a la presidencia por el voto de los sectores más ultraconservadores de la sociedad brasileña y, de forma especial, de las iglesias evangélicas, algunos de cuyos pastores, con su particular y sesgada interpretación de la Biblia han extendido la idea de que «ser cristiano es incompatible con ser de izquierdas», los mismos pastores que se han dedicado a demonizar al PT al que presentan como sinónimo de anti religión y caos moral.

También resultan preocupantes sus posturas autoritarias en otro de los temas fuertes de la agenda política de Bolsonaro cuál es la seguridad ciudadana ya que plantea, al igual que otros dirigentes ultraderechistas, un endurecimiento del Código Penal con propuestas para reducir la mayoría de edad penal de 18 a 16 años o la liberalización del derecho a portar armas. Las formas y las actitudes de su pensamiento reaccionario también han quedado patentes en temas tales como su desprecio (y acoso) hacia las minorías indígenas del Amazonas o su trato vejatorio, despectivo hacia las mujeres, con un discurso abiertamente homófobo.

La devastación propiciada por Bolsonaro ha venido alentada en el ámbito económico, un tema del que ha reconocido que «no sabe nada», pese a lo cual su política sigue los firmes y duros pasos del neoliberalismo, influido por Paulo Guedes, su asesor económico, un conocido ultraliberal que defiende una fuerte agenda de privatizaciones y reformas radicales tanto tributarias como del sistema de pensiones, muchas de estas medidas se incluyen en el Programa de Gobierno, el cual bajo el título de El Camino de la Prosperidad, tiene como lema Brasil por encima de todo. Dios por encima de todos.

Este tornado neoliberal ha supuesto un brutal recorte de las políticas de inclusión social que habían desarrollado los anteriores gobiernos del PT de Lula y Dilma Rousseff. En consecuencia, pese a que Lula sacó de la pobreza extrema a 1 de cada 5 brasileños con la Bolsa Familia y el Programa Hambre Cero, por lo que se llegó a hablar del «milagro brasileño» como modelo para los países africanos, la situación social ha empeorado gravemente tras el giro neoliberal de Bolsonaro y en la actualidad Brasil ha vuelto a formar parte del Mapa Mundial del Hambre de la FAO del cual había salido en 2014 y, sin embargo, Bolsonaro lo niega puesto que opina que el aumento del hambre en su país «es una gran mentira».

Un tercer tornado golpea con fuerza a Brasil, el de la devastación mediambiental. Al igual que otros políticos neoliberales como Trump e incluso Rajoy en su día, niegan la evidencia de los nefastos efectos derivados del cambio climático hasta el punto de que Ricardo Salles, su ministro de Medio Ambiente, alude al mismo sin ningún rubor calificándolo como «una conspiración del marxismo globalista que domina la ONU». Todo ello explica que Bolsonaro, espoleado por los grandes poderes económicos, está dispuesto a deforestar la Amazonía, el gran pulmón verde de nuestro planeta, con el fin de esquilmar sus recursos naturales, la cual ha aumentado durante su mandato en un +273%, favorecida por los voraces incendios (72.843 casos, un 83% más que los habidos en 2018), que están asolando la selva amazónica y que, en los primeros 8 meses de su mandato ya han deforestado 9.250 km. cuadrados, esto es, el equivalente a la mitad de la extensión de la provincia de Zaragoza.

Hay tornados climáticos que azotan con frecuencia a los países de América Latina, pero también hay otro tipo de tornados, los causados por políticos demagogos y reaccionarios, tan preocupantes y de devastadoras consecuencias como los anteriores, y de ellos, Bolsonaro es un dramático ejemplo. H *Miembro de la Fundación Bernardo Aladrén