El martes por la noche, mi marido y yo no pudimos dormir. Estuvimos despiertos hasta las tantas, con la luz apagada y sin decirnos el uno al otro que no podíamos dormir. Y eso que un insomnio compartido es menos insomnio. Yo sabía que él no lograba conciliar el sueño porque no dejaba de dar vueltas en la cama, cuando por lo general mi marido suele quedarse quieto como una momia egipcia. El desvelo lo notaba en eso y también en que de vez en cuando echaba mano a la mesilla para buscar a tientas el despertador y pulsar el botón para que se iluminaran en verde los números de la hora. Las 14.27, las 17.12, las 17.59... Noche de agobio y en vela, salvo el tramo final en que sí pudimos pegar ojo. Después, como autómatas, nos levantamos de la cama y él me confesó: "He soñado con los niños de San ildefonso" . Las confesiones en pijama tienen un plus de veracidad. Qué casualidad: anoche él y yo tuvimos el mismo sueño.

Tras la confidencia, fuimos a la cocina para preparar el desayuno a nuestro hijo. Encendí la radio, pero en ese momento ofrecían un programa especial sobre la tapicería de las sillas del banquete de la Boda, así que al poco desenchufé el aparato para pasar a lo práctico y poner el tostador con las rodajas del pan de ayer.

Nos esperaba, y ese era el motivo de la noche en blanco, un día de bombos. Parece mentira que dos de las cosas más importantes de nuestra vida --el colegio del hijo y la vivienda-- se resolvieran al azar, en un bombo. Que la suerte te acompañe. Y si no te acompaña, mala suerte. Mi marido se fue derecho al pabellón Príncipe Felipe, donde le espera un bombo lleno de números; yo me encaminé al colegio del barrio, donde me esperaba un bombo lleno de letras. En días de nervios, siempre te queda la cobertura del móvil de tu pareja. El de números, ya digo, y yo de letras. Así que estuvimos toda la mañana conectados, con un mismo ruido de bolas de fondo. Lo de la VPO fue un espectáculo de la España del 600 y los polos de desarrollo. Las meteduras de pata nos sacaron de quicio. Al final el piso no tocó. En el colegio, estoy en expectativa de destino, pero no sé qué me da. Al menos, no tenemos todo perdido: ni a mi marido ni a mí nos han llamado por manifestarnos el 13-M --porque nos dio la santa gana-- delante de la sede del PP. No hemos conseguido vivienda ni colegio, pero por ahora no nos ha tocado la china. Tendría narices la cosa.