¿Por qué nos equivocamos quienes apostamos por una victoria de John Kerry, convencidos de que la ola de cambio venía con la fuerza necesaria para llegar a la playa electoral? Primero, por aplicar los modelos de análisis e interpretación electoral que funcionaron durante el siglo XX, olvidando que ya estamos en el siglo XXI. El mundo ya no es lo que era, Estados Unidos tampoco. Se vota por edad, clase y sexo. El resto es marginal. Más movilización, más voto demócrata. Así era antes. Pero en los nuevos tiempos, explica tanto más el territorio, la raza o la religión, como en los viejos tiempos. Segundo, por olvidar lo qué aprendimos escuchando a Bruce Springsteen: "Esta es la tierra de la libertad, la justicia y la falta de piedad". Estados Unidos tiene dos almas y su historia es un experimento continuo de comprensión mutua entre la Norteamérica costera, luminosa y optimista y la otra Norteamérica profunda, taciturna y desconfiada.

Estados Unidos es un delicado artefacto federal que tras la traumática Guerra de la Secesión, funcionó sobre un equilibrio basado en un principio sencillo pero eficaz: cada partido hacía su trabajo y quien superase mejor la frontera Norte-Sur, ganaba.

CADA VEZ QUE el Partido Republicano sentía la tentación de escorarse hacia la derecha reaccionaria y estúpidamente puritana, pero con una gran capacidad de presión por su capacidad para recaudar y movilizar, sus líderes sabían que acabarían compitiendo con un candidato demócrata conservador y sureño. Cada vez que en el seno del Partido Demócrata, sus arrogantes y acomodadas elites, indispensables para financiar costosas campañas, se dejaban seducir por un discurso peligrosamente cercano a una socialdemocracia demasiado intervencionista y demasiado europea, sus líderes sabían que correrían contra un republicano moderado y ribereño.

Los dos iban a la caza de la misma presa: el votante moderado de la América ribereña y de la América interior. Despreciaban la abstención a la derecha de la derecha o la izquierda de la izquierda. Ningún republicano ha llegado a la presidencia sin pasar por el Norte. Ningún demócrata ha llegado sin atravesar el Sur; últimamente ningún demócrata ha llegado a la presidencia sin ser del Sur.

El revuelo por un puñado de votos de Florida en el 2000 anticipa pero disfraza una realidad profunda: las dos caras de Norteamérica reaparecen visibles sobre el mapa. Volvemos a las fronteras de la Guerra de Secesión. La presidencia de George Bush iba camino de seguir el patrón de la anormalidad: un desastre económico y fiscal de tal calibre que sólo podía llevar a una vuelta acelerada al equilibrio. Pero sucedió el 11-S y fue la oportunidad para variar la dirección del péndulo y reformular en términos de valores el "Estado de la Unión".

LA DERECHA neocristiana ha sabido aprovechar su oportunidad para quedarse exactamente donde quería estar: o con nosotros, o contra nosotros; o con tu país o con los otros. Esa misma derecha caníbal que ya había intentado derribar a Bill Clinton al borde de la legalidad y venció a Al Gore jugando en el límite de la prevaricación. Esa misma derecha empeñada en acabar con el eje del mal a golpe de negocio y ahora reclama a los demócratas que sepan perder. Sin pudor y al servicio de un programa político y moral ultrarreaccionario, han alterado las reglas del juego a su favor en nombre de la seguridad, han sumido al país en un agujero negro informativo y han mezclado negocios, dinero y política de la manera más obscena e impropia.

Su éxito ha sido absoluto. Bush gana con el voto del americano blanco, con relativa independencia de su edad o ubicación social. Bush gana con el voto de un americano blanco que se siente amenazado y en guerra. Bush gana con el voto de quienes creen que no se cambia de comandante en una guerra, pero sobre todo porque ha sabido movilizar al límite de lo posible incluso a sus electores más reaccionarios. Bush gana porque ha sabido mover a esa Norteamérica de la libertad, la justicia y la falta de piedad con dinero, miedo y sobre todo con los valores simples, firmes y seguros que ayudan a defenderse y encontrar culpables de un mundo complejo, incierto y frágil. Bush ha ganado porque la derecha vuelve a ser derecha y es imbatible en esta especialidad: facturar soluciones simples para un mundo complicado, viejo y fiable orden para este desorden que viene y viene contra nosotros.

Kerry pierde porque la izquierda vuelve a ser izquierda. Kerry pierde precisamente porque hacía mucho tiempo que no se confrontaban dos candidatos que se odiasen tanto pareciéndose tanto en su extracción social y habilidades para el liderazgo, ni que ofertasen políticas tan dispares especialmente en aquellas cuestiones más angustiosas: nuevos matrimonios, nuevos campos de investigación, otra política exterior para un mundo donde el matrimonio ya no es lo que era, los científicos se parecen cada vez más a Dios y el enemigo ni está claro quién es ni donde se le bombardea.

Bush vuelve a ganar, sólo que con más autoridad donde ya había ganado, Kerry pierde luego de ganar con más autoridad donde ya había ganado Gore. Estados Unidos es hoy un país dividido en dos otra vez. Ante el mundo incierto y cambiante que viene, esas dos almas quieren responder de manera muy diferente a la globalización, el desorden mundial o el ascenso imparable de las minorías. La llamada polarización está aquí para quedarse porque gracias a ella, la derecha gana.

No es privativo de Estados Unidos. Eso que llamamos polarización sucede en España y en toda Europa por obra y gracia de la derecha. No hay más que ver con qué velocidad la nuestra más orgullosa se apunta el tanto como propio o se habla de replantear nuestras relaciones con Estados Unidos como si fuera un examen de conciencia. ¿Pero no era una cuestión de valores? Para ellos desde luego lo es. De los restos del Estado del bienestar emerge una derecha que vuelve a ser derecha y además está encantada de volver a serlo y una izquierda que no sabe si volver a ser izquierda, hacer un cursillo de márketing electoral o seguir jugando este juego nuevo con las reglas viejas. Lo mismo que nos pasa a algunos analistas.

*Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Santiago