Fernado Pessoa decía, con su característica lucidez, que "los viajes son los viajeros" pues estos en sus trayectos y peregrinaciones solo ven lo que ya estaba en ellos. Poética, sabia y concisa forma de decir que en el interior de nosotros está la verdadera y única clave para descubrir el exterior y, por tanto, para pactar con él, para soportarlo o disfrutarlo, para comprenderlo o negarlo. En esta idea, como en casi todas las suyas, estoy de acuerdo con Pessoa.

Otro gigante de la literatura, Marcel Proust, atento a otros amores, atormentado por otros pesares, se refería a la sociedad en un escrito de juventud, hasta ahora inédito -El remitente misterioso- como el «bosque humano». También Proust da en el clavo: somos un bosque, un bosque de especies diversas, cada vez más un bosque, cada vez más un bosque opaco como corresponde a una opaca época. Es cómodo pensar que ahora que se clama, predica e invoca la transparencia todo es más claro. Sin embargo es más tentador que cierto.

Hoy, cuando todo se multiplica por efecto pero también defecto de la acción de las redes sociales, todo acaba siendo oscuro, oscurecido, gritado, exagerado. Hoy, cuando no manda sino la cantidad -sea la cantidad de dinero, sea la cantidad de tuits, de seguidores o de 'likes'- somos más bosque que nunca. Y sí, es seductor pensar que todos los bosques son bellos pero tampoco esa imagen es del todo verdadera, no al menos en lo que al bosque humano concierne, o no al menos de momento. Tras sobrevivir a varias utopías torcidas, pienso ahora en el fascismo y el comunismo, tengo la triste sensación de que pese a la gran oportunidad de aprender y escarmentar que fueron no nos han hecho mejores viajeros, no al menos todo lo que hubiera podido y debido ser.

La cuestión es por qué. ¿Por qué nos empeñamos en tropezar en las mismas o parecidas piedras? ¿De qué sirven la imaginación, la inteligencia y la memoria si no somos capaces de convertirnos en mejores viajeros y en bosques más hermosos? Solo se me ocurren dos posibles respuestas, de las que prefiero la segunda aunque ninguna es cómoda: O bien porque caminamos en círculos que nos acaban llevando a los mismos o similares puntos de partida, ya saben aquello del eterno retorno de lo mismo diagnosticado por Nietzsche; o bien porque aún no hemos conseguido superar ciertas contradicciones que ahogan al alma y la condición humana.

No es una tragedia estar hechos de contradicciones, es más bien lo contrario, de hecho casi es una bendición; lo que resulta dramático es no conseguir trazar caminos jurídicos, políticos, económicos, sociales en definitiva, por medio de los cuales avanzar en medio de tantas y tan profundas contradicciones, entendiendo por avanzar lo que entiende Avishai Margalit por sociedad decente y sociedad civilizada, esto es, aquella sociedad en la que los distintos poderes no humillan a los ciudadanos y en la que los ciudadanos no se humillan entre sí. Parece poco pedir, sí, pero cuando observo al bosque humano y despierto, me doy cuenta de que sigue siendo un plan tan ambicioso como preciso e ilusionante.