Trato de espantar el desánimo que se me ha colado con el cierzo o con las noticias del desayuno. Debo realizar un esfuerzo para salir de casa y encaminarme hacia mis asuntos. Para un descreído como yo, que únicamente halla certidumbres en las personas, el aula es un oasis. Observo a los alumnos. Me gusta escucharles e, incluso a través de sus mascarillas y la distancia, disfruto de su optimismo y me dejo contagiar por esa energía.

Siempre he sentido especial orgullo por mis estudiantes, este curso más que nunca, lo que me lleva a echar de menos a los alumnos más grandes, a quienes participan de la Universidad de la Experiencia, a quienes se encandilaron de este proyecto y lo mantienen vivo. Gracias a ellos presumo de la capacidad vertebradora de la Universidad de Zaragoza, porque su entusiasmo nos ha permitido llegar a casi todos los rincones de Aragón y acercar esta institución a franjas sociales que se veían excluidas.

Docentes y estudiantes vivimos en la incertidumbre de no saber en qué fase amaneceremos, si volverán a confinarnos, si tendremos que respetar un aforo o si nos veremos obligados a seguir el curso a través de una pantalla. Los alumnos de la Universidad de la Experiencia aceptaron el cierre de aulas y recibir sus clases de manera telemática. Algo terrible si tenemos en cuenta que esa actividad suponía su contacto con otros con quienes comparten el placer de aprender. He comprobado que muchos son expertos en tecnologías, que hablan con sus nietos por Skype , y que más de una vez me han facilitado aplicaciones que yo desconocía. Los abuelos ya no son lo que eran. Me cuentan que se han organizado en grupos de WhatssApp, que han solicitado reunirse en centros culturales, en grupos pequeños y atender juntos la clase. La generación que vivió la posguerra es invencible.

Pero no todos parten de la misma condición. Si muchos habían superado el respeto hacia el concepto de . Cada vez que me atasco con un programa y debo pedir ayuda, me acuerdo de ellos y deseo que algún vecino, nieto o lo que sea, además de llevarles el pan, se les acerque con un portátil, con un móvil, y les muestre lo sencillo que es pulsar un enlace y volver a entrar al aula. Al fin y al cabo, el calificativo «digital», proviene de alto tan sencillo como «dedo».