Hace más de medio siglo a varios dirigentes se les ocurrió la idea de que el modo de acabar con las guerras y calamidades que a lo largo de toda su historia habían asolado Europa podría ser la creación de una unión económica y política; es decir, construir un espacio común para evitar la catástrofe. Y lo lograron; con dificultades y no pocas trabas, se fundó la Unión Europea (UE), desde los precedentes de Mercado Común, que ha propiciado la etapa más larga de paz y prosperidad en los países que la integran. A este proyecto se sumó en 1972, sin demasiado entusiasmo y más por interés económico que por convicción, el Reino Unido.

Pero hace dos años, unos políticos insensatos como David Cameron y la propia Theresa May convocaron un referéndum para la salida del Reino Unido de la Unión, el brexit, y tras una infame campaña donde muchos políticos británicos utilizaron mentiras palmarias, falsedades sin cuento y falacias supinas, los británicos votaron salir de la UE.

Dos años después, esta pandilla de políticos insensatos no sabe qué hacer para solucionar el enorme fiasco que crearon. En el Parlamento de Westminster, día sí día también, andan votando de manera contradictoria y esperpéntica resoluciones, propuestas y contrapropuestas que parecen más propias de una república bananera que de un país que tiene una experiencia parlamentaria desde la promulgación de la Carta Magna en 1214 y que, por cierto, carece de Constitución.

Allí, John Bercow, el excéntrico speaker (una especie de presidente) del Parlamento, con sus corbatas de colorines que parecen compradas en el más barato de los puestos de los mercadillos londinenses de Portobello Road o de Camden Town y con su blusón al estilo de los tratantes de mulas de las ferias hispanas de principios del siglo XX, se desgañita cual tabernero de la más castiza posada del Madrid del siglo XIX, gritando «¡Order, order!» («¡Orden, orden!») a los díscolos diputados de la Cámara de los Comunes.

Y ante semejante situación, la Comisión Europa se hace la dura avisando al Reino Unido que no admitirá un compadreo en la negociación del brexit y bla, bla, bla.

Entre tanto, el dimitido primer ministro Cameron, principal muñidor de semejante estropicio, trabaja desde hace año y medio en un fondo de inversiones de China para infraestructuras, dotado con 850 millones de euros, forrándose gracias a su información privilegiada que suministra a sus patrones chinos a cambio de un sustancioso sueldo.

Pues así funciona este negocio, amigos. ¿Les suena?.

*Escritor e historiador