En medio del debate de si es o no necesario el uso de las FFP2 para protegerse mejor de las nuevas variantes del corona, de esa súper cepa británica, que se propaga a la velocidad de la luz, (Alemania, Austria y Francia ya están prohibiendo el uso de mascarillas de otro tipo en los espacios públicos), nos llega la noticia de que AstraZeneca, la farmacéutica británica que había comprometido un buen suministro de vacunas a la UE, recula y anuncia que «dónde dije, digo; digo, Diego». No cumplirán el calendario pactado de distribución de las dosis de su vacuna porque primero están los suyos, esto es, los británicos y sus aliados políticos: Estados Unidos e Israel, por ejemplo.

No creo que sea cuestión de que estos países paguen más por lo mismo sino un asunto de geopolítica. El Brexit ya es un hecho, y por mucho que se empeñe la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, en recordar «las grandes sumas de dinero» destinadas por la Unión para que estos fabricantes investiguen y mejoren las instalaciones de producción, los británicos no llevan la camiseta europea. En un mundo en el que los Estados ya no son los actores internacionales con mayor capacidad de maniobra, en tanto que están vendidos al capital, y por ende supeditados a él; en un espacio-tiempo corona-vírico, en el que se pone todavía más de manifiesto el poder casi absoluto de las empresas farmacéuticas en el ámbito del gobierno global; en un momento de la historia de Europa en el que el proceso de integración europea está cada vez más debilitado, difícilmente la Comisión Europea (como gobierno de este supra-Estado que es la Unión), va a ser capaz de convencer a AstraZeneca de que «cumpla y honre sus obligaciones». Habrá que esperar para comprobar…