La recepción de la Constitución es un anticipo laico de la Navidad. Una pequeña feria de vanidades en la que algunos políticos fingen una cordialidad y unos buenos deseos que no acreditan el resto del año. Ver, por ejemplo, a Eduardo Zaplana, tan dicharachero él, olvidando que antes de ayer decía que vivimos en "una dictadura", sugiere, como digo, que debajo de la cortesía, habita la impostura. Los ausentes, son otro de los clásicos en este tipo de recepciones. Hasta hace un par de legislaturas se hablaba genéricamente de "los vascos", criaturas onfálicas cuya gran aportación a la cultura política de España consiste en creer que ellos son el centro del Universo. Ahora, a ese capítulo, hay que añadir los republicanos de ERC, descendientes de quienes hace un cuarto de siglo no votaron la Constitución y siguen queriendo cambiarla, lo cual no justifica la ausencia en la mencionada recepción, pues, si bien se mira, tienen, como todos los diputados por el hecho de serlo y cobrar del erario, una obligación pedagógica.

Ya digo que es una tradición ésta de hablar entre los presentes de los ausentes y todos los años concluye la fiesta de la misma manera: con buenas palabras que no ocultan el mal rollo de fondo de un Reino centenario en el que cada generación pierde energías y tiempo dándole vueltas a esta dichosa pregunta: ¿Qué es España? Lo único que tengo por cierto es que España es un gran país en el que, en términos históricos, nunca se ha vivido mejor que ahora y esa forma nuestra de vivir pasaría a ser pluscuamperfecta el día en el que dejáramos de jodernos los unos a los otros. Brindo por ese bendito día.