Ni tanto ni tan rápido. La Comisión Europea ha echado un jarro de agua fría a las optimistas previsiones de crecimiento económico del Gobierno de Rajoy, obligado ahora a encajar los efectos del frenazo de las grandes economías de la eurozona. Vaticina Bruselas que el PIB español se situará este año en el 1,2% (frente al 1,3% previsto) y en el 1,7% el año próximo (tres décimas menos de la hipótesis gubernamental). Tampoco son buenas las noticias sobre la evolución de la gran lacra social española, el desempleo, cuyas escandalosas tasas se situarían en el 23,5% en el 2015 cuando se había dibujado un 22,9%, dentro de un proceso lento y fluctuante de recuperación como lo demuestran los más de 79.000 parados contabilizados en el último octubre.

Con todo, la economía española sale bien parada en la comparación con las potencias europeas de la zona euro. Mientras Francia permanece estancada e Italia se agita para salir de la recesión, el motor de la locomotora alemana ha gripado y da muestras de un agotamiento tal que obliga a la cancillera Merkel a revisar a la baja sus números, al tiempo que insiste en la tozuda receta de una austeridad que amenaza con convertirse en un austericidio de dimensión continental.

La falta de fuelle de la eurozona afecta obviamente a una economía como la española, que se había agarrado al cabo de las exportaciones para salir del hondo pozo de la recesión. Atribulados por la tendencia negativa, los mercados internacionales (tanto europeos como los de los países emergentes) recortan pedidos y pinchan el salvavidas comercial español. Europa se ha resfriado en el peor momento para una economía en lento y doloroso proceso de reanimación.

Haría bien el Gobierno, ante este inquietante panorama, en bajar el volumen de los altavoces propagandísticos que airean una recuperación vigorosa, arraigada y sin marcha atrás y cuyos efectos, por otra parte, no se dejan notar en las cuentas familiares. La desaceleración europea puede ganar velocidad y convertir las previsiones de los Presupuestos del 2015 en una simple declaración de buenas intenciones. Resulta ineludible una reflexión sobre cómo encarar incertidumbres venideras que quizá obliguen a más ajustes y que en ningún caso podrán recaer otra vez en la inversión social. La asfixia también tiene sus límites.