Cerramos y comenzamos el año con anomalías vitales de todo tipo. Son días en los que uno tiende a desconectar de la realidad y se sumerge en las reuniones familiares, los encuentros con amigos, las compras navideñas, las comidas apiporrantes, los viajes exploratorios… Y es precisamente en esos momentos de escarceo del diario cuando uno se sorprende pensando en el sentido de la vida, en lo realmente importante, especialmente si uno está solo o en otro país, en definitiva, desprotegido de los suyos. Solamente entonces uno es consciente de que le importan un carajo los juegos políticos de sus dirigentes, las idas y venidas de una nación-comunidad-estado, los sinsabores laborales…, y entiende el porqué de la existencia de figuras dadoras de felicidad tan abundantes en el mundo, (Papá Noel, los Reyes Magos, la Befana en la tradición italiana, tierra bella que me acoge durante estas fechas…). Todos ellos tienen algo en común; satisfacer la necesidad humana de recibir muestras de cariño, de sentirse arropados, valorados, agasajados emocionalmente… Son días de celebración, de dar y recibir regalos, y en esta, mi particular carta a los Magos de Oriente, me tomo la licencia de hacer un brindis a lo Pascal, que sabiamente solía decir que el ser humano no es nada «si no cuenta con la estimación de los demás, por muchas riquezas, comodidades y salud de las que disfrute». Así que, les invito a que, ya que estamos en enero, mes de los buenos propósitos, se animen y adopten un saludable hábito: atrévanse a regalar buchitos de amor.

*Periodista y profesora de universidad